“Cuando hombres y mujeres se ponen de acuerdo, las conclusiones deben ser las mismas, pero los motivos diferentes.”

George Santayana (1863-1952). Filósofo y novelista español.

El hecho de que los problemas ambientales como el cambio climático no reconozcan frontera, ni tinte político, ni clases sociales, nos anticipa que las soluciones no estarán exentas de agitar intereses, con toda probabilidad contrapuestos. Por lo tanto, para que estas soluciones sean viables deberán gestarse con enfoques nuevos y legitimidad, debiendo contar con la participación de todos los actores de la vida social. Todos se verán afectados por las consecuencias de los problemas ambientales de alguna u otra manera, pero también, deberán ser parte de la solución.

Los partícipes de la vida en sociedad tienen alguna responsabilidad por alguno de los aspectos de la crisis ambiental, pero ninguno el poder en sí mismo para solucionarlo todo. Quizás por eso nos resulta tan difícil dilucidar a quién debemos pedirle auxilio para que tome la posta y lidere la transición hacia la sostenibilidad ambiental.

En este post veremos, para aquellos principales actores, qué podemos esperar y qué no con el fin de promover un desarrollo sostenible sólido y duradero. Finalmente, propondré que la vía para lograrlo sea mediante la búsqueda de consensos.

Que los gobiernos nacionales hagan algo!

El movimiento de los «chalecos amarillos» en Francia se centró inicialmente en el rechazo generalizado al alza del impuesto al carbono, y luego el conflicto estalló hacia distintas demandas sociales.

La cuestión ambiental está muy centrada en el rol de los gobiernos nacionales, ya que se entiende son éstos quienes tienen el poder, las competencias y las herramientas para impulsar las acciones a gran escala necesarias para re-encausarnos en la senda de la sostenibilidad. Si si, pero no…

Pensemos en Argentina, un país federal y democrático, donde el gobierno nacional coexiste junto a otros 24 gobiernos provinciales con alto grado de autonomía. ¿Dónde está el poder? Si bien en algunos temas públicos el poder sí está en el centro, en temas de medio ambiente el poder es difuso. El “centro” no tiene poder absoluto para mejorar o proteger el medio ambiente en todo el territorio y menos de un día para otro si así decidiera hacerlo. El mundo no funciona así. Esta cuestión puede resultar particularmente compleja en Argentina debido al reparto de competencias entre la nación y las provincias, lo que nos genera un debate constante sobre la organización federal del país.

Pero en todo caso, el poder público siempre convive con otros actores del poder, como lo es el empresariado, los sindicatos, los opositores políticos y la sociedad civil misma. Esto genera una interminable puja de intereses que no siempre están alineados. ¿Qué implica esto? Que el arte de la política y negociación deberán aflorar si es que se quieren implementar reformas y programas en un país porque el poder nunca está concentrado en un punto.

La conclusión es que un gobierno nacional y democrático tiene poder para generar grandes cambios, pero no puede hacerlo por sí solo de manera automática ya que dependerá de cómo esté organizado territorialmente y de la relación y coexistencia con demás instituciones públicas, privadas y civiles.

Que las ciudades hagan algo!

El río Matanza-Riachuelo atraviesa jurisdicciones de más de 10 municipios en la Provincia de Buenos Aires, Argentina, incluida la Capital Federal. En 2007 se creó un ente interjurisdicional para poder gestionar su saneamiento.

En un post anterior vimos que las ciudades tienen un rol protagónico en la agenda ambiental y que pueden ser agentes de cambio a escala global y local, no obstante, su accionar se encuentra limitado por razones de diversa índole.

Si bien las ciudades se pueden administrar de forma autónoma y estas suelen tener jurisdicción sobre varios temas de importancia ambiental, en muchos casos necesitan el apoyo del gobierno nacional o sub-nacional para concretar sus ambiciones. Por ejemplo, para obtener el financiamiento para obras o para hacerse del conocimiento técnico en aquellos temas que le resultan novedosos.

En otros casos, las ciudades se encuentran con problemas ambientales que exceden a su jurisdicción, tal como puede ser el caso de ríos contaminados o contaminación atmosférica. En estos casos deben intervenir una serie de actores que complejizan y hacen más lenta cualquier solución. El ejemplo del Río Matanza-Riachuelo mostrado más arriba es un caso paradigmático.

También, las ciudades conviven con otros focos de poder que pueden obstaculizar o impedir la implementación de programas ambientales para el mejoramiento de la calidad de vida, tal como pueden ser grandes empresas o poderes políticos.

La conclusión es que las ciudades tienen la capacidad para resolver aquellos problemas ambientales que se encuentren dentro de su escala, disponibilidad de recursos y bajo su completa jurisdicción. Cualquier cosa que atente contra esto le resultará difícil.

Que las empresas hagan algo!

En Taranto, Italia, el megacomplejo siderúrgico antes llamado ILVA y ahora perteneciente al grupo ArcelorMittal da mucho empleo a la población local, pero por la magnitud de sus operaciones y cercanía a la ciudad también es foco de fuertes denuncias de contaminación, varias de hechas demostradas en estudios científicos.

Las empresas no existen en el vacío, sino que están físicamente insertas en un determinado lugar y en interacción permanente con una determinada comunidad de personas. Por ende, pueden ser una gran fuerza de bien, dando empleo directa o indirectamente a muchas personas para que puedan desarrollar sus vidas.

De igual forma, las empresas pueden también ser capaces de destruir valor social y ambiental, ya que algunas están dispuestas a perseguir únicamente el fin económico en desmedro de todo lo demás. Para evitar eso, no sólo deben tener compromiso de responsabilidad ambiental al más alto nivel sino también poseer los recursos para materializar su visión de impacto positivo.

Pero la realidad es que si no le cierran bien los números no podrá encarar nunca el trabajo sistemático de mejora continua ni las inversiones necesarias para cuidar el ambiente e innovar hacia productos y procesos cada vez mejores.

Como mínimo, toda empresa debe cumplir con lo que exija la normativa ambiental que le corresponda. Pero sabemos que esto no es suficiente por sí solo y que no se traduce automáticamente en cuidado del ambiente porque:

  • la vigilancia por parte de la autoridad ambiental pública puede ser deficiente,
  • los estándares de cumplimiento pueden ser muy laxos o
  • la normativa puede estar mal diseñada, impidiendo que se cumpla el objetivo de protección del medio ambiente.

En suma, las empresas necesitan tener compromiso ambiental y estar en buena situación económica para desplegar su estrategia ambiental. Por otro lado, se necesita que las autoridades ambientales sean competentes, con capacidad de acción y que posean recursos adecuados para ejercer la vigilancia del cumplimiento.

Que la gente haga algo!

Ir al trabajo en bici es una opción eco-friendly disponible. Pero los que lo hemos hecho alguna vez sabemos que no es una opción al alcance de todos.

Uno puede por sí mismo hacer el esfuerzo de adoptar voluntariamente un modo de vida “sustentable” en mayor o menor grado, pero no podemos esperar que lo mismo sea hecho por millones de un día para otro. Sinceramente a muchos no les interesa hacerlo y otros no están en condiciones debido a preocupaciones mucho más inmediatas. Un cambio masivo de hábitos para reconciliarnos con el ambiente puede llevar mucho tiempo o bien no ocurrir nunca.

Por otro lado, los ciudadanos con conciencia ambiental son clave para la implementación efectiva de cualquier proyecto de sostenibilidad. Alemania lidera la revolución energética, la cual incluye el cierre de decenas de plantas de generación a carbón y al mismo tiempo la construcción de nuevas centrales de energías renovables. Esto es en gran medida posible porque la ciudadanía entiende la importancia de esto, y además porque puede afrontar el costo extra de esta transición energética.

Las personas por sí solas pueden generar impactos muy pequeños y localizados que sumados sí pueden generar grandes cambios. Pero fundamentalmente somos los que podemos demandar mayor cuidado ambiental a empresas y gobiernos y también los que permitimos que un proyecto o política determinada avance con o sin resistencia.

Que todos hagamos algo!

Sentémonos a conversar

Así podría continuar analizando a cualquier otra figura de la vida social y encontraríamos que, si bien cada uno puede contribuir a la “causa ambiental” por cuenta propia, en algún momento u otro requerirá involucrar a otros. Queda en evidencia que ninguno por sí solo puede resolver los problemas ambientales que le preocupan y que tendrán limitaciones específicas según la naturaleza del problema y el tipo de actor para avanzar hacia soluciones.

Te tiene que quedar claro que la transición hacia un desarrollo sostenible requiere el involucramiento de todas las partes interesadas, pero de ninguna en forma exclusiva. Entonces, ¿cómo liderar la transición hacia un desarrollo sostenible?

Cada problema ambiental necesitará liderazgo, y ese líder deberá, en cada caso, incentivar a lo siguiente:

  • lograr sentar a todos los actores interesados y más relevantes sobre la misma mesa, asegurando la representatividad.
  • esforzarse por escuchar a todos y encontrar los puntos en común.
  • trabajar arduamente para lograr el consenso sobre qué debe hacerse
  • acordar una estrategia para encarar cómo instrumentar lo que se quiere lograr. Es fácil estar todos de acuerdo en la importancia de cuidar el ambiente, pero no en cómo hacerlo.

Al cabo de este proceso, la solución encontrada requerirá concesión de algún tipo por alguna o todas las partes. Es difícil, desde luego, pero creo firmemente que, si existe la voluntad, siempre es posible encontrar esa solución en la que todos (o la mayoría) ganen de forma neta, es decir, que los beneficios obtenidos superen la “pérdida” incurrida por las concesiones que cada uno debió realizar. A fin de cuentas, lo que se espera es encontrar una solución con la que todos puedan convivir.

Cada uno gana en forma «neta», es decir, haciendo concesiones pero aceptando el acuerdo final.

No debería resultarte extraño que en varios casos se prefiera avanzar unilateralmente a propósito, dejando a los actores interesados fuera de la mesa de decisiones. No hay que ser naïves, a menudo eso es justamente lo que se busca, ya que la negociación por consenso pueda resultar laboriosa y extensa, y evitar eso siempre es tentador. El riesgo en estos casos es que la solución encontrada sea endeble y no genere el efecto buscado.

El consenso entre las múltiples voces permite encontrar soluciones más sólidas, resilientes y durables, aún si el proceso puede llevar más tiempo. Escuchar al otro es difícil, pero el esfuerzo lo vale. El desafío que se nos presenta es entonces cómo liderar los procesos construyendo consensos representativos y en tiempos aceptables. Lograr esto no puede ser imposible.

Ejemplos

Me encantaría encontrar una historia épica de liderazgo al estilo William Wallace pero creo que unos ejemplos más bajados a tierra te serán más provechosos.

El primer ejemplo que te doy es el de una ONG que en mi viaje a los EE. UU. del 2018 tuve oportunidad de conocer. La organización se llama “Green Umbrella”, es oriunda de Cincinnati, Ohio, y trabaja siguiendo los principios del Modelo de Impacto Colectivo. Concretamente, el trabajo de esta organización “paraguas” es reunir a todas las ONGs de la ciudad afines a la temática ambiental, luego definir una agenda común por consenso, y por último operacionalizar dicha agenda en base a objetivos medibles para cada organización. Este enfoque permite que las ONGs locales junto a otros actores relevantes trabajen articuladamente en pos de un objetivo común para evitar que se hagan esfuerzos aislados y, consecuentemente, de bajo impacto. De esta manera, trabajando también con el gobierno local han logrado posicionar a Cincinnati como una de las ciudades más verdes de todo los Estados Unidos.

Distribución geográfica del Calamar a lo largo de todo su ciclo de vida

Otro ejemplo a escala regional surge del caso de la gestión del calamar Illex argentinus. Este calamar vive su vida adulta yendo y viniendo entre la frontera imaginaria que separa a la Argentina de las Islas Malvinas/Falklands y también entre aguas internacionales (fuera de la jurisdicción de ambos). Este ejemplo ilustra que, para que todos puedan explotar su parte, deberán primero ponerse ponerse de acuerdo en cómo compartirlo y gestionarlo conjuntamente. Es por esto que se requiere sentar a todos actores con interés en el recurso para negociar hasta encontrar un consenso sobre cómo hacerlo. Al final del proceso, se crea una figura que se conoce como Organización Regional de Ordenamiento Pesquero. El riesgo de no hacer nada al respecto es que cada uno pesque lo más que pueda, disminuyendo la disponibilidad de explotación para los demás y atentando contra la sustentabilidad del recurso para el mediano y largo plazo, perjudicando así a todos los interesados y al ecosistema. Comentario: Este es un típico ejemplo de lo que se conoce como «tragedia de los comunes». Puedes leer más sobre esta externalidad del mercado en este post.

El último ejemplo a escala internacional es sobre el Protocolo de Montreal, un acuerdo ambiental diseñado para proteger la capa de ozono estratosférico de la Tierra. El mismo sirve como un excelente caso de éxito de lo que se puede lograr mediante la creación de consenso a escala internacional.

Comentario final

De ahora en más, si te encuentras con algún problema de naturaleza ambiental el cual debas enfrentar, resolver o influir sobre la decisión de cómo avanzar, ten esto presente: piensa quién debe estar sentado en la mesa, y luego trabaja arduamente para encontrar esa situación que sea WIN-WIN-WIN-WIN-WIN-WIN.