Welcome to the jungle, it gets worse here every day
You learn to live like an animal in the jungle where we play”.

Guns N’ Roses

Las ciudades son la obra cumbre de la modernidad, y para la mayoría de los habitantes del mundo, el hogar y escenografía de la vida y todos sus dramas. Al igual que los primates, nosotros también vivimos en una jungla, pero menos verde. Welcome to the jungle!

¿Por qué importan tanto las ciudades al medio ambiente? En términos de tamaño, las ciudades ocupan solo el 3% por ciento de la superficie terrestre del mundo y dan hogar hoy día al 55% de la población mundial. A pesar de la poca extensión geográfica, la gran población que albergan hace que posean una enorme huella ambiental. Por poner un ejemplo, consumen más de 2/3 de la energía del mundo y representan más del 70% de las emisiones globales de CO2. (dato de la organización C40 Cities). Por si fuera poco, la ONU estima que para el 2050 el porcentaje de personas que vivirá en ciudades ascenderá al 68%, es decir, 2.600 millones de nosotros más que hoy día.

Por ende, lo que hagan las ciudades en términos de cuidado ambiental puede contribuir significativamente a solucionar los desafíos globales, con el doble beneficio de que pueden a la vez mejorar la calidad de vida de sus habitantes directamente. Las ciudades tienen que ser protagonistas del desarrollo sostenible.

¿Qué puedo hacer yo?

Por empezar, yo mismo como habitante en la ciudad, puedo hacer una contribución al proponerme comportar de la forma más ambientalmente responsable que pueda. Como ciudadano a pie, por ejemplo, podría fácilmente:

  • apagar la luz cuando salgo de mi casa,
  • usar el AC a 24°C en invierno y 22° en verano, en vez de a 30°C y 16° como suele ocurrir,
  • evitar pérdidas de agua cerrando bien las canillas,
  • moverme en transporte público lo más que pueda,
  • separar mis residuos para que puedan ser reciclados,
  • comer menos carne,
  • hacer las compras con mi propia bolsa reutilizable,
  • evitar comprar cosas que sé que no voy a usar,
  • y, si voy a tomar un trago, pedirle al barman que no me ponga sorbete plástico.

Siendo poco ambiciosos, es lo mínimo que se le puede pedir a un citadino para cuidar el ambiente. Cuesta encontrar excusas para no hacerlo. ¿Pero puede esto generar un beneficio a gran escala? Si bien es importante mejorar nuestros hábitos en este sentido, la realidad es que no podemos esperar que el 80% de las personas que viven en ciudades los incorporen. Me da la sensación de que no están dadas las condiciones para que ocurra una adopción masiva de este tipo de hábitos.

Admitir esto nos obliga a poner el foco en otro lado. Por lo tanto, no nos queda otra que sumar al actor con mayor capacidad de acción directa que es, sin dudarlo, el administrador de la ciudad.

¿Qué puede hacer la ciudad?

Las políticas impulsadas a nivel local, desde las ciudades, pueden lograr muchas más cosas, incluso influir para hacer que los hábitos sean más fáciles de adoptar. Dentro de su ámbito de acción podrían encarar cualquiera de las siguientes acciones:

  • limitar la circulación de vehículos y facilitar la movilización a pie y en bicicleta,
  • actualizar las normas de construcción para que incluyan las energías renovables y la eficiencia energética,
  • hacer los esfuerzos para migrar el 100% del alumbrado público a tecnología LED,
  • gestionar el crecimiento de la ciudad para que no sea desordenado,
  • generar espacios verdes y recreativos,
  • mejorar el transporte público para hacerlo más atractivo,
  • minimizar las pérdidas de los sistemas de distribución de agua,
  • diseñar soluciones para el destino final de los residuos urbanos, disminuir progresivamente la cantidad de que se genera y reciclar el máximo posible.

Éstas son quizás las más conocidas iniciativas que se suelen encarar a nivel local y las que más se ven si uno tiene la posibilidad de recorrer las ciudades del mundo. Pero lo cierto es que hay mucho más que se puede hacer en materia de agua, residuos, energía, calidad de aire e infraestructura. Lo bueno es que cualquiera de ellas, implementadas de forma efectiva, pueden generar un impacto positivo, medible y de magnitud.

Ciudad de Buenos Aires toda iluminada con LED, el resto son municipios lindantes sin alumbrado LED.

Pero no es tan fácil…

Si bien muchas ciudades están avanzando en varios de estos frentes, otras no han aún siquiera tomado nota de su responsabilidad. En el primer caso, ¿por qué no se avanza más rápido? En el segundo, ¿por qué ni si quiera se ha empezado?

En un post anterior sobre por qué la cuestión ambiental no está debidamente integrada a los procesos de toma de decisiones, propuse una serie de motivos que explican las principales barreras que también se observan en el caso de las ciudades, entre ellos:

  • Efectos ambiental difíciles de apreciar en el corto plazo –> Entonces no hay incentivos.
  • Beneficios difíciles de cuantificar –> Entonces cuesta justificar el beneficio.
  • Falta de profesionales adecuados –> Entonces nadie sabe qué y cómo hacer bien las cosas.
  • Falta de visión de los líderes y representantes –> Entonces no es prioridad.
  • Acceso al financiamiento –> Entonces es difícil encontrar cómo costear las cosas.
  • Falta de experiencia previa –> Entonces no se está debidamente convencido de qué o cómo hacerlo
  • Estructuras organizativas no aptas para la transversalidad –> A la hora de implementar soluciones, por la naturaleza transversal de los problemas ambientales, cuesta hacer trabajar a estructuras burocráticas no preparadas para la horizontalidad.
  • Legislación adecuada y falta de vigilancia de su cumplimiento –> Lo regulado no es suficiente y puede incluso nunca ser exigido por las autoridades.
  • Desinterés por parte de la ciudadanía en aquellos temas menos visibles –> Si a los ciudadanos tampoco les importa entonces a los gobernantes tampoco.

Más info sobre este tema haciendo click aquí.

Barreras de otra índole también pueden emerger por factores externos, como las referidas a las políticas nacionales y el contexto económico macro (tal como vemos en 2019 en Argentina). Notemos también que muchas de estas barreras no están sujetas solamente a la disponibilidad de financiamiento extra, sino que podrían catalogarse más bien com “blandas”. Cuando falta plata, se necesitan más ideas y mejor gestión (y quizás mayor habilidad política), por lo que no podemos dejar que sea una excusa para la inacción. Por otro lado, la inacción también representa un costo que es pagado por alguien de alguna manera.

Más allá de ver esto desde el lado de la sostenibilidad ambiental, cualquiera de las acciones mencionadas más arriba puede generar también otros beneficios que exceden lo ambiental per sé. Por ejemplo, a la vez podemos mejorar la forma de moverse por la ciudad, la calidad de las construcciones, la salud, el ordenamiento territorial o la higiene urbana, por nombras algunas. Todas esas cosas, motivadas por cuestiones ambientales impactan directamente en la calidad de vida de las personas, en cosas “no ambientales”.

Por otro lado, la educación ambiental de las personas es necesaria para que muchos de los proyectos e iniciativas “ambientales” prosperen. El hecho de que la ciudadanía esté sensibilizada en estos temas es importante porque cimienta la predisposición necesaria para avanzar hacia una agenda urbana más verde. Las políticas “verdes” se vuelven más permeables para la ciudadanía. Sabemos que las ciclovías son buenas, pero también sabemos que quitan espacio a los automóviles. Si los ciudadanos entienden la importancia de mejorar la infraestructura para las bicicletas esto se traducirá en una fácil implementación. Si no es el caso, esto se traducirá en una batalla que el gobierno local tendrá que dar.

En particular, una de las acciones que se ven habitualmente y que resulta muy popular es la prohibición y restricción de entrega gratuita de bolsas plástica (y más recientemente de sorbetes). Muchas incluso avanzan con esto por sobre otros temas más urgentes y prioritarios, como podría hacer la eliminación de los basurales a cielo abierto. No estoy en contra de estos pequeños avances, pero sepamos distinguir lo importante de lo pequeño, para no dejarnos llevar ni seducir por lo que es fácil de hacer e implementar.

Sepamos igualmente que el desafío de alcanzar un desarrollo sostenible es de tal magnitud que no podemos quedarnos conformes con implementar sólo algunos de los proyectos que mencioné antes o aquellos que más impacto visual y político tienen. En última instancia los perjudicados no son más que los ciudadanos mismos, o sea, vos y yo.

Ciudades con visión

En la agenda del siglo XXI las ciudades tienen un rol preponderante y deben asumirlo. Los proyectos que ejecuten pueden realmente tener un impacto considerable en el desarrollo sostenible de un país o región, siendo capaces de aportar positivamente a los objetivos globales de largo plazo, como el Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El periodista californiano Herb Caen dijo alguna vez:

“Una ciudad no se mide por su longitud y anchura, sino por la amplitud de su visión y la altura de sus sueños…”.

Estoy seguro de que es posible encontrar proyectos que sean factibles de hacer, de impacto ambiental positivo, de interés para la ciudadanía y que se ajusten al presupuesto del municipio o ayuntamiento. Como señalé antes, cuando se cuenta con poco dinero se debe compensar con mejores ideas, las cuales requieren de mayor elaboración, de saber escuchar, de gestión y de profesionalismo.

Abogo por que cualquier dificultad puede ser superada, sin la excusa de que hay que ser ricos para hacerlo. Abundan ejemplos en países de todos los tamaños y presupuestos, mismo aquí en Argentina. Seamos ambiciosos y hagamos lo posible para que nuestro hábitat por excelencia, la jungla urbana, sea menos gris, más vivible y lo más bella posible.