«Cada individuo se esfuerza siempre para encontrar la inversión más provechosa para el capital que tenga. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomenta el de la sociedad mucho más que si en realidad tratase de fomentarlo.»

Adam Smith (1723 – 1790). Economista y filósofo escocés.

Así como lo lees, el mercado es ineficiente. Pero no vamos a quitarle tanto crédito a Adam Smith. Además, al encontrarme en su ciudad natal, no queda nada bien hablar mal de las celebridades locales. Por lo tanto, voy a aclarar: el mercado es ineficiente en algunos casos y puede ser eficiente en otros.

Como adelanto, el mercado asigna eficientemente aquellos recursos que son rivales y excluibles. Por el contrario, utilizar el mercado para cualquier otra combinación (rival-no excluible, no rival-no excluible u otra) trae aparejado una serie de problemas. Otra condición necesaria es que el mercado se asemeje lo más posible a un mercado de competencia perfecta.

Para empezar, vamos a ver algunos conceptos iniciales que son necesarios para hacer esta presentación de la manera más sencilla posible.

Principio de rivalidad

La rivalidad es una característica propia de ciertos recursos donde el consumo o uso por una persona reduce la cantidad disponible para los demás. Esto se entiende fácilmente con ejemplos: si yo uso una bicicleta, otra persona no puede usarla al mismo tiempo que yo la uso (sí podrá usarla luego, aunque tenga un poco más de desgaste); si me como 2 porciones de pizzas, te dejo solo con 6.

Es importante aclarar que la rivalidad es una característica física de un bien o servicio, no es afectada por instituciones.

También es importante aclarar qué es la no-rivalidad. Un recurso es no-rival si el uso por una persona no afecta que otro lo use. El ejemplo típico de esto es la luz de las calles o la capa de ozono que nos protege contra el cáncer de piel.

Es posible a su vez que un recurso sea rival en una generación y no lo sea para la siguiente. Por ejemplo, los combustibles son absolutamente rivales y el uso por nuestra generación impide que la generación siguiente los use. En cambio, los minerales son también rivales pero, si se reciclan (como el acero o el aluminio), pueden estar también disponibles para la generación siguiente.

Principio de exclusión

Es un principio legal que, al hacerlo efectivo, permite a un propietario impedir que los demás hagan uso de ese recurso. Nuevamente, se entiende fácilmente con unos ejemplos: si yo soy dueño de una parcela de tierra puedo cercarla para impedir que otras personas la transiten. Sin embargo, en ausencia de instituciones sociales que hagan efectivo ese derecho, no podría impedirle a nadie que lo haga. En el límite, nada puede hacerse excluible en ausencia de instituciones sociales.

Lo importante a destacar es que hay algunos bienes y servicios que por su naturaleza resulta imposible o impráctico hacerlos excluibles. Cuando no exista una institución o tecnología que permita hacer al bien o servicio excluible, entonces se trata de un recurso no-excluible. Por ejemplo: la estabilidad atmosférica o la protección de la radiación UV por la capa de ozono.

Una clasificación práctica de recursos

Para seguir con este análisis, podemos tomar la caracterización sugerida por Daly & Farley en su libro de Economía Ecológica.  Pero antes, algunas definiciones previas:

  • Suelo Ricardiano: es una denominación que se usa para referirse al suelo como extensión/área, poniendo énfasis en sus características “indestructibles”, excluyendo su fertilidad o minerales subterráneos.
  • Servicios ecosistémicos: son los beneficios que las personas reciben de los ecosistemas.
  • Capacidad de absorción de residuos (gas, líquido o sólido): es la capacidad que tienen los ecosistemas para absorber residuos y reconstituirlos en formas útiles a través de ciclos biogeoquímicos alimentados por la energía solar. Constituye un recurso renovable que, dependiendo del uso, puede ser sobreexplotado y destruido, o bien utilizado dentro de sus propios límites ecológicos.

En la siguiente tabla podremos ver resumidos según esta caracterización cuáles son rivales y excluibles, entre otras cosas. Ten esto presente para pensar cuáles recursos serían capaces, en principio, de ser asignados eficientemente con el mecanismo del mercado.

Caracterización de los recursos económicos

Por qué es importante entender esto. Las fallas del mercado

En la práctica, los recursos que pueden ser asignados eficientemente a través del mecanismo del mercado son aquellos que pueden ser excluibles y que por su naturaleza son rivales. A ellos los denominamos bienes de mercado, por ejemplo: alimentos, ropa, automóviles o la capacidad de absorción de residuos cuando los vertidos pueden ser regulados.

Vale recordar que en economía la asignación eficiente (de Pareto) ocurre cuando no hay otra asignación posible que pueda al menos mejorar la situación de un individuo sin empeorar la situación de los demás. Desde luego, esto no implica que la distribución sea socialmente justa o que efectivamente maximice el bienestar de la sociedad.

Entonces, ¿qué sucede cuando el mercado opera con bienes que son no-rivales y/o no-excluibles? ¡Enhorabuena, tendremos una falla del mercado! En ese caso, la falla se da por las propias características del recurso (no-rival) o porque no existen instituciones que puedan definir claramente derechos de propiedad (no-excluible). La consecuencia de que exista una falla de mercado es que la asignación no va a ser eficiente; dicho de otro modo, un cambio en la asignación de un recurso o bien puede mejorar la situación de un individuo a expensas de otros.

Nos vamos a concentrar en cuatro tipos de fallas del mercado, y vamos a dejar para otro post la manera en que estas fallas pueden ser teóricamente corregidas. Éstas son:

  1. La tragedia de los comunes
  2. Bienes públicos
  3. Externalidades
  4. Mercados ausentes y las generaciones futuras

1. La tragedia de los comunes

En la Edad Media, los “comunes” eran aquellos espacios de libre acceso a los que los señores feudales ponían a disposición de los habitantes del pueblo o ciudad con el fin de que puedan llevar a pastorear su ganado y llevar adelante otras actividades como juntar leña o sembrar. El señor feudal era propietario de la tierra, pero todos eran responsables del mantenimiento de dicho espacio.

Imaginemos que tenemos una aldea de 100 habitantes con un lote de tierra suficiente para albergar el máximo de 1 vaca por habitante. Si un aldeano decide un día llevar 2 vacas en vez de una, significa que el ganado en su conjunto comerá menos pasto que antes, con el tiempo las vacas se volverán más flacas.

Dicho de otra manera, una persona goza del beneficio, pero comparte el costo con todos los demás. Si todos actuaran de manera egoísta y decidieran llevar más vacas que las permitidas, terminarían al poco tiempo quedándose sin pasto para alimentar a sus vacas. En este ejemplo, el interés personal de cada uno de maximizar su beneficio lleva a un colapso generalizado. El mercado por sí sólo no puede afrontar una situación de este tipo. “Las penas y las vaquitas se van por la misma senda” diría don Atahualpa…

La “tragedia de los comunes”, mejor llamada la “tragedia de los regímenes de acceso abierto” es una situación que se da con recursos no-excluibles y rivales. Algunos ejemplos comunes son el recurso pesquero y la capacidad del planeta de absorber contaminantes como el dióxido de carbono. Un ejemplo concreto para Argentina es el caso del Illex argentinus, un calamar de gran interés comercial cuyo stock es principalmente compartido entre Argentina, Islas Malvinas/Falkland y aguas internacionales.

2. Bienes públicos

¿Quién va a pagar ese parque cerca de nuestras casas que va a mejorar la calidad de vida de todos los vecinos? Un bien público puede ser utilizado por cualquier ciudadano, independientemente de quien lo pague. Algunos ejemplos típicos son la Defensa Nacional de un país, el alumbrado público, los parques y la mayoría de los servicios ecosistémicos (como los provistos por un bosque).

La lógica va al revés de la del mercado, ya que un privado no tendría incentivos económicos para invertir en un bien público. Por eso, estos bienes son provistos casi ineludiblemente por el Estado, que siempre se ocupa de nuestro bien común (!). Bajo los conceptos previamente presentados, estos bienes son no-rivales y no-excluibles.

Un ejemplo más interesante es el siguiente. Imaginemos que tenemos un granjero en algún rincón de Sudamérica que decide comenzar a cultivar soja avanzando sobre un terreno de bosque nativo. El granjero podrá luego comercializar su excedente de granos en algún mercado local y hacerse con la ganancia. Sin embargo, al haber hecho eso, privó al resto de la sociedad de los servicios ecosistémicos que ese bosque nativo estaba proveyendo, tales como la regulación de inundaciones, la purificación del aire o el valor estético del mismo. Estos servicios son esencialmente bienes públicos que el granjero debe compartir con el resto del mundo, y que por su naturaleza, no puede tener propiedad de ningún tipo sobre ellos. Por el contrario, la venta de la madera del bosque y los granos de soja son bienes de mercado cuyos beneficios le corresponden enteramente a él.

Si se pudiera poner un valor económico a estos servicios ecosistémicos tal que sean suficientes para convencer al granjero de que no siga deforestando y que sea menor de lo que la sociedad estuviera dispuesta a pagar, entonces habríamos alcanzado una mejor situación para todos. Hay una extensísima literatura académica que trata sobre el detalle de la valuación ambiental e incluso hay algunos casos de relativo éxito, como en Costa Rica.

3. Externalidades

Las externalidades ocurren cuando una actividad afecta positiva o negativamente a alguien y no se realiza el pago o la compensación necesaria. Como estas transacciones no ocurren en el mercado, tenemos otra vez una falla. La falla de mercado más grande de la historia sea quizás el actual cambio climático causado por la excesiva concentración de dióxido de carbono presente en la atmósfera debido a todas las actividades que componen nuestra civilización. Las externalidades pueden ser positivas o negativas, pero para nuestro caso nos interesan más entender las negativas. La principal externalidad negativa es la contaminación, que además es un mal público no-rival y no-excluible que disminuye nuestro bienestar.

Veamos un ejemplo. Supongamos que tenemos un emprendimiento productivo que vierte sus aguas residuales en un río que se usa aguas abajo como recreación de la comunidad vecina. La comunidad verá que la calidad del agua del río disminuye gradualmente y, por ende, cada vez menos personas quieren recrearse allí. La empresa se ha beneficiado evitando pagar el costo del tratamiento del agua, trasladándolo a la comunidad. En el mejor de los casos, la autoridad local podría obligarle a la empresa a tratar sus vertidos para que cumpla los parámetros legales. Mientras mejor sea la calidad del agua del vertido más caro le resulta a la empresa. Podemos esperar que la calidad del vertido esté dentro de los parámetros legales, pero aun así sea técnica y económicamente imposible lograr que el río vuelva a tener el mismo uso recreativo de antes. En este caso, ¿deberíamos pedirle a la empresa que compense económicamente a la comunidad?

La contaminación como externalidad es importante porque todo proceso productivo de bienes es en esencia un proceso de transformación de materia y energía. Indefectiblemente, esta transformación no será perfecta, es decir, no todo lo transformado estará contenido en el producto final. Hay una parte que se pierde; son los residuos sólidos, líquidos y gaseosos. Por eso, siempre hay un compromiso entre las actividades productivas y el medio ambiente, un trade-off inevitable. Si pudiéramos determinar un precio para cada uno de los costos de estas externalidades, podríamos incluirlos en el precio del producto y así “internalizar” la externalidad. Desde luego, no siempre es posible hacer esto. ¿Cómo le ponemos un precio, por ejemplo, a la deforestación ocasionado por la expansión de la frontera agrícola? ¿O a los ecosistemas que quedan bajo el agua por la construcción de una presa?

4. Mercados ausentes y futuras generaciones

Imaginemos que vamos a rematar la Mona Lisa en la ciudad de Venado Tuerto, Argentina, ¿a cuánto conseguiríamos venderla? ¿Y si la rematamos en los mercados internacionales? Es obvio que el precio sería sustancialmente mayor en el último caso, principalmente porque mayor cantidad de personas podrán participar, reflejando mejor el verdadero valor de la obra.

Entonces, ¿de qué manera pueden participar las futuras generaciones en los mercados de hoy? Como se vio en el ejemplo anterior, necesitamos que todos participen para que el mercado funcione eficientemente. Por la imposibilidad de las futuras generaciones de participar en los mercados actuales, no podemos esperar que las decisiones de mercado sean eficientes para con ellos. Para no comprometer las necesidades de las futuras generaciones de atender sus propias necesidades, debemos hoy tomar decisiones que sean basadas, más que en cualquier otra cosa, en la ética.

Conclusión

El mundo ha cambiado mucho los últimos 200 años, pero contrariamente a lo que ocurrió con el resto de las ciencias, la economía no ha sabido ajustar sus modelos a la nueva realidad. No debe existir libro universitario de economía moderna que no proponga que los mercados son el mejor mecanismo para asignar recursos escasos eficientemente, en especial, los recursos naturales. Pero vimos que hay más de un caso en lo que esto es no es posible, independientemente de la ideología. Además, cuando sí se lo puede hacer, entran también cuestiones que van más allá de lo estrictamente económico. En una sociedad que tiende a cosificar y a convertir en un bien de mercado todo lo que se le presenta, pareciera que pronunciarse contra eso es interpretado como un ataque contra «el sistema», aún cuando la conclusión parte de simple observacion, como he visto a lo largo de este post.

Pero la situación sí se pone candente cuando nos detenemos a pensar posibles soluciones para estas «fallas». Algunas propuestas pueden ser simplemente más y mejor tecnología, derrocar el sistema capitalista neoliberal o bien encontrar maneras de corregir estas fallas desde dentro del sistema. Sin desmerecer cada una, habrá que ponderar la viabilidad y probabilidad de éxito de cada una.

La propuesta de la Economía Ecológica propone corregir las fallas actuales de la siguiente manera:

  • determinando una escala óptima del sistema económico respecto al sistema Tierra,
  • distribuyendo de manera justa los productos finales entre las personas,
  • dejando en última instancia la asignación eficiente a los mecanismos del mercado.

Desde luego, esta propuesta tiene todo el sentido del mundo pero implicaría varios cambios difíciles de digerir para el cortoplacismo que rige en el mundo de hoy.

Resumiendo, el mercado puede ser eficiente, pero sólo con aquellos recursos que son rivales, excluibles y en condiciones lo más semejante posible a las de un mercado de competencia perfecta. La solución a los problemas ambientales de hoy vendrá no solo por la innovación tecnológica, sino también en el diseño y uso de las herramientas económicas y políticas.