“Las plagas, en efecto, son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras toman a las gentes siempre desprevenidas.”

Albert Camus (1913-1960). Filósofo y escritor argelino-francés

Un rédito que podemos otorgarle al coronavirus es habernos acercado una palabra-concepto que ha cobrado marcada notoriedad en el mundo ambientalista: zoonosis. Por más técnico que parezca sería un profundo error dejarla circunscripta a ese nicho particular, ya que esta simple palabra es capaz de causar crisis económicas peores que cualquier burbuja financiera. Siga leyendo.

Zoonosis o enfermedad zoonótica, son términos que se usan para referirse a cualquier enfermedad o infección transmitida de animales a humanos. No debería sorprenderte, el coronavirus SARS-Cov-2, causante de la pandemia COVID-19, es también una enfermedad zoonótica. Probablemente proveniente de murciélagos, cuyo reservorio de virus “desbordó” de alguna manera hacia el mundo humano.

Pero el análisis profundo sobre las enfermedades zoonóticas y su vínculo con la crisis ambiental es material para el próximo post. En esta oportunidad me gustaría detenerme para hacer un poco de historia contándote lo que he aprendido sobre la zoonosis más letal que la humanidad ha conocido, la peste (o plaga), y cómo ésta prosperó influenciada por actividades humanas.

Te advierto que retrocederemos bastante, al menos hasta la primera pandemia de peste que se tiene registro, la cual azotó al Imperio Bizantino desde el seno de la ciudad de Constantinopla. La justificación de hacerlo de esta manera fue bien expresada por Winston Churchill, cuando:

Cuanto más lejos hacia atrás puedas mirar, más lejos hacia adelante es probable que veas

La honda perspectiva que permite este ejercicio es una excelente oportunidad para darle un mejor sentido a la crisis imprevista del coronavirus del 2020. Las 8 lecciones del final son en el resultado de este análisis.

De ratas a hombres. El camino de la peste

La peste, lejos de ser un castigo de los dioses, es una mortal enfermedad que se encuentra naturalmente en ratas y otros roedores. Lo que la causa en sí es una bacteria del tipo bacilo (tubular) llamada Yersina pestis en honor al bacteriólogo Alexandre Yersin, quien la descubrió en 1894 en circunstancias que veremos más adelante.

Bacteria Yersina pestis, forma bacilo (tubular).

Los hombres se contagian cuando son picados por las pulgas de roedores que poseen la bacteria. Si bien comúnmente produce la más conocida peste bubónica, también puede causar otra enfermedad relacionada que es la peste neumónica. Si ya se tiene alguna de estas dos la enfermedad puede avanzar hacia la variedad menos frecuente llamada peste septicémica, que es una infección de la sangre que produce muerte de tejido y ennegrecimiento de extremidades.

Respecto a la mortalidad, contraer peste puede ser fatal a menos que se trate inmediatamente con antibióticos. Las tasas de mortalidad para las personas tratadas oscilan entre el 1% y el 15% para la peste bubónica y alrededor de 40% para la peste septicémica. Por eso es que hoy día no es considerada una enfermedad particularmente mortal. Pero en víctimas sin tratar, las tasas aumentan a alrededor del 50% para bubónica y para la peste pulmonar y septicémica no tratarse lleva a una muerte segura. Desafortunadamente, el tratamiento no existió hasta 1928, cuando el científico británico Alexander Fleming descubrió accidentalmente la penicilina, el primer antibiótico. Ya podemos imaginar entonces cual fue el destino de los millones de infectados de peste antes de 1928.

El mecanismo de transmisión funciona de la siguiente manera. Las ratas se infectan mutuamente a través de un vector, el cual resulta ser la pulga de rata Xenopsylla cheopis (aunque no exclusivamente). Ésta succiona la sangre de una rata infectada e ingiere así bacterias de Yersina pestis. Luego, la bacteria se multiplica en el intestino de la pulga tal como se puede observar en esta tierna imagen:

Pulga Xenopsylla cheopis, principal (pero no único vector) de la peste. Lo negro en su interior son bacterias Y. pestis multiplicándose en su intestino.

Tras el deceso de la rata por la enfermedad, las pulgas saltan hacia un nuevo huésped, mordiéndolo y transmitiendo la bacteria nuevamente. Si bien la mayoría de las ratas mueren, un pequeño porcentaje sobrevive, quedando como así una fuente de Yersina pestis.

Normalmente esto ocurre en un ciclo cerrado entre pulgas y roedores. Pero en las condiciones adecuadas, la bacteria se propaga a un ritmo tal que mata a sus huéspedes roedores, obligando a las pulgas a encontrar alternativas: los humanos. Como tal, la peste es una zoonosis, que se transmite entre roedores y humanos por la picadura de pulgas infectadas (vector).

Pandemias y más pandemias

Es difícil imaginarse cómo un pequeño bacilo fue capaz de destronar emperadores, vencer ejércitos y vaciar ciudades. Lo que es más sorprendente aún, haberlo hecho más de una vez.

Existen registros de muertes por peste desde el año 3.000 a.C., en la Edad de Piedra, hasta por lo menos 2019, en plena Edad del Silicio. Pero el impacto fue desigualmente distribuido. A lo largo de los años Yersina pestis originó tres brotes significativos devenidos en pandemias que causaron estragos de verdadera magnitud. ¡Todos ellos antes de que se tenga idea de qué lo causaba!

Primera pandemia de peste. La peste de Justiniano (541 al 767 d.C.)

El nombre de esta pandemia hace honor al emperador romano en Constantinopla Justiniano I, quien regía al comienzo del primer brote en el entonces el Imperio Bizantino. Fue el historiador del imperio Procopio de Cesarea quien reportó por primera vez la epidemia en 541 desde el puerto de Pelusio, una antigua ciudad del Bajo Egipto cercana a la actual Suez, Egipto.

Pero la ciudad de Constantinopla, a pesar de sus murallas infranqueables, no estaba preparada para librar una batalla intramuros. Para la primavera del 542, la peste provocaba unos 5.000-10.000 decesos diarios en la ciudad, lo que resultó en la muerte de más de un tercio de su población. Se cree que el brote se debió a la importación de granos en navíos provenientes de Egipto cuyo fin era alimentar los ciudadanos de la ciudad y de otras comunidades periféricas. Gracias al acopio de granos, la población de ratas y pulgas infectadas encontró allí un hábitat próspero para diseminar la enfermedad.

Dibujo de la ciudad de Constantinopla (hoy Estambul, Turquía) circa siglo VI. Probablemente lo único que se pueda reconocer de la ciudad antigua sea la iglesia de Santa Sofía, construida durante el reinado de Justiniano I y aún en pie.

Hasta el fin reconocido de la pandemia en el siglo XIII, sucesivos rebrotes tuvieron lugar. Los mayores focos estuvieron alrededor de los puertos del Mediterráneo, con toda probabilidad esparcidos por el comercio imperial. Las estimaciones actuales indican que durante el tiempo que duró la primera pandemia casi la mitad de la población de Europa, alrededor de 50 millones personas, sucumbió antes de que la peste “desapareciera”.

El impacto social y cultural de la peste de Justiniano se ha comparado con el de la Peste Negra que devastó Europa y Asia en el siglo XIV. Recién en 2013 investigadores confirmaron que ambos episodios fueron causados por la misma bacteria.

Segunda pandemia de peste. La Peste Negra (S. XIV al XIX)

La segunda pandemia de peste se sucedió a lo largo de casi cinco siglos. Pero el puntapié inicial, y golpe más mortal, estuvo marcado por la llamada Peste Negra, que sacudió Europa entre los años 1347 a 1351, ocasionando la muerte de alrededor de 50 millones de personas en Europa, Asia y África del Norte durante ese breve lapso, aunque otras fuentes los elevan hasta 100 millones.

Si bien no se sabe con precisión el origen geográfico de la pandemia, las fuentes apuntan a que la peste (o sea, ratas y pulgas) comenzó su viaje desde algún lugar de Asia Central u Oriental y, a partir de allí, siguió la importante Ruta de la Seda, llegando a Crimea en 1347. Los registros documentan que la llegada de la peste a Europa occidental ocurrió en octubre de 1347, cuando los barcos genoveses en ruta desde la región de Crimea atracaron en Messina, Sicilia.

Es probable que los barcos mercantes de la flota genovesa hayan sido, sin darse cuenta, los encargados de distribuir por toda la cuenca del Mediterráneo a los dos polizones más mortales: ratas negras y pulgas infectadas.

Propagación de la Peste Negra.

Si bien el pico de la pandemia ocurrió en el siglo XIV, numerosos rebrotes de alto impacto se sucedieron hasta aún adentrados en el siglo XIX. Por nombrar algunos:

  • la Gran Plaga de Sevilla (España) entre 1647 y 1652 dejó 500.000 muertos,
  • la Peste de Milano (Italia) entre 1629 y 1630 dejó 1.000.000 de muertos, cerca del 25% de la población total,
  • la Gran Peste de Londres, que en 1665 mató a 70.000 londinenses casi de un tirón en tan solo un año, o
  • la Plaga Epidémica Otomana, cuyo epicentro fue nuevamente la capital de Constantinopla en julio de 1812 y dejó un saldo de 300.000 muertos a lo ancho y largo del Imperio Otomano.

La ignorancia mata y deja morir

Hasta ese entonces, no se tenía ni idea de por qué ocurría la enfermedad ni como se podía detener. Una explicación posible era, como es esperable, que la peste fuera un castigo divino de Dios por tantos pecados cometidos. Quienes creían en eso recurrían a la piedad y perdón de los santos patronos. Los que necesitaban además algún refuerzo extra se unían a procesiones de flagelantes, que marchaban en público azotando sus cuerpos con látigos para imitar el sufrimiento de Cristo, a la vez que cantaban himnos y oraciones con la esperanza de aplacar la ira Divina.

Flagelantes en los Países Bajos azotándose a sí mismos en expiación, creyendo que la Peste Negra es un castigo de Dios por sus pecados, 1349.

Otra teoría sostenía que la peste era una enfermedad de los judíos. Lo que llevó a su perseguimiento y ejecuciones que terminaron en verdaderas masacres; como la de Basilea, el 9 de enero de 1349, o la de Estrasburgo, el 14 de febrero del mismo año.

La explicación más “científica” era, sin embargo, que la peste se transmitía a través de miasmas contenidas en el aire. Según esta creencia, el miasma es una emanación dañina que brota del agua estancada, las sustancias corrompidas o el cuerpo de las personas que padecían una enfermedad.

Cuando la peste llegó a la ciudad medieval de Edimburgo en el año 1645, la vida en el famoso callejón comercial Mary King’s Close poseía la peor combinación de factores para una muerte segura: hacinamiento, convivencia con animales, excrementos por doquier (“Gardy Loo!”) y cercanía al ajetreado puerto de Leith, vía de ingreso para los barcos pestilentes.

Dibujo a vista de pájaro de la ciudad de Edimburgo por James Gordon of Rothermay (1647). La Gran Peste de Edimburgo ocurrió en 1645.

La teoría de los miasmas explica por qué el reconocido Dr. George Rae atendiera a sus pacientes en el callejón de Mary King’s Close vistiendo un atuendo bastante aterrador diseñado para protegerlo de las pestilencias del aire. Una capa larga evitaba que el aire infeccioso entrara en contacto con su piel, y la máscara con forma de pico pretendía evitar que respire ese aire malo llenándola con especias y pétalos de rosa. A pesar de haber sobrevivido a la peste, de casualidad, y a haber salvado la vida de cientos de personas, sus creencias y fundamentos eran completamente erróneos.

El Dr. Rae, en su esfuerzo por evitar ser contagiado, trata a enfermos de peste en el callejón Mary King’s Close.

La teoría obsoleta de los miasmas, arrastrada desde la antigua Grecia, fue superada finalmente por la teoría de los gérmenes, hacia la segunda mitad del siglo XIX. Fue sólo a partir de ese entonces que se sentaron las bases para iniciar la nueva era del saneamiento y la higiene personal, dando pie también a que se desarrollen otras investigaciones revolucionarias. De esta manera, costumbres simples como lavarse las manos han estado a la vanguardia de la lucha contra las enfermedades y su transmisión, salvando más vidas que cualquier otra cosa.

Tercera pandemia de peste. Descubrimiento del sistema roedor-pulga-patógeno (S. XIX al XX)

La peste emergió nuevamente. Esta vez, desde un reservorio de roedores salvajes en la remota provincia china de Yunnan en 1855. Desde allí, la enfermedad avanzó por la ruta del opio hasta que en 1894 llegó a Hong Kong y se extendió luego hacia Bombay dos años más tarde. En los breves 10 años trascurridos entre 1894 y 1903, las ratas y la peste ingresaron a 77 puertos en los cinco continentes, en gran parte gracias a las rutas comerciales internacionales habilitadas por los nuevos barcos a vapor, bastante más veloces que los navíos mercantes genoveses. Ésta distribución global sí que fue una novedad.

Fue gracias a este tercer embate de la peste que Alexandre Yersin, enviado por el gobierno francés a Hong Kong, descubrió en 1894 la relación entre la bacteria, ahora conocida como Yersina pestis, y la enfermedad que producía. En 1898, Paul-Louis Simond descubrió en Karachi, Pakistán, otro importantísimo hecho, que la rata era el huésped principal y la pulga el vector de la enfermedad.

La humanidad se demoró unos formidables 1.500 años para develar las variables de la tríada de la peste: el sistema roedor-pulga-patógeno.

Esta vez, Europa no sufrió tanto como antes, en vez, Asia, América, Australia y África resultaron más afectados. La novedad de esta pandemia es que la peste alcanzó al menos dos nuevos bloques continentales donde la enfermedad nunca se había registrado: Australia y América (norte y sur). Para mediados de siglo, la peste había causado ya más de 15 millones de muertes, la mayoría en India.

¿Cuándo acabó la Tercera Pandemia de Peste?

Oficialmente, la tercera pandemia aún está vigente, con casos limitados al contacto con roedores, que actúan como reservorios de peste naturales, seguidos de pequeños brotes localizados.

Según otra interpretación, la tercera pandemia finalizó a mediados del siglo pasado cuando la OMS recibió notificación de menos de 3000 casos humanos (durante el período 1954–1997). De esta manera, los brotes de la actualidad corresponderían a un período de peste endémica, donde la infección se mantiene constante en una población durante períodos de tiempo prolongados en un determinado espacio geográfico.

En algunos lugares como Madagascar, la peste ha golpeado casi todos los años desde que se introdujo en 1898. Un brote reciente ocurrió entre el 1 de agosto y el 22 de noviembre de 2017, cuando se le notificó a la OMS un total de 2348 casos confirmados, probables y sospechosos de peste, incluidas 202 muertes. Otros casos, el 30 de julio de 2010, el Ministerio de Salud de Perú confirmó un total de 17 casos de peste en Ascope, provincia del Departamento de La Libertad. Pero ni siquiera los Estados Unidos son capaces de erradicarla por completo, entre 2015 y 2018 se reportaron 4 muertes y 26 casos de peste.

Actualmente, cada año se reportan a la OMS entre 1.000 y 3.000 casos de peste en todo el mundo, lo que justifica que dicha organización siga realizando seguimiento y vigilancia constante de esta enfermedad. Todos los brotes recientes se pueden consultar en este link.

Los impulsores de pandemias

Llegados a este punto, estoy seguro de que tú y yo podemos coincidir en que los siguientes factores han estado detrás de la explosión de la peste a lo largo de la historia:

  • Crecimiento del comercio internacional
  • Aumento de la población y urbanización
  • Falta de conocimiento médico

En todos los casos, vimos que las rutas del comercio permiten no sólo el intercambio de mercancías sino también de gérmenes. Los gérmenes proliferan mejor cuando hay estrecho contacto entre los humanos y entre éstos y otros animales. El hacinamiento permite además que los contagios fluyan sin barreras. Si a eso le sumamos que no tenemos ni idea por qué ocurre la enfermedad, entonces hay muy poco que podamos hacer para frenar cualquier ola de contagios.

Pero a pesar de que hoy día comprendemos bastante bien las condiciones bajo las cuales las enfermedades prosperan, nos falta aún mucho más para saber por qué “florecen” enfermedades como la peste en primer lugar.

Numerosos estudios hoy día señalan que la destrucción de ecosistemas es un factor determinante para que emerjan enfermedades zoonóticas. Por lo tanto, un cuarto factor que quisiera remarcar como impulsor detrás de la ocurrencia de pandemias es la deforestación.

La peste y la deforestación

La peste humana, como cualquier otra zoonosis, es un fenómeno complejo cuya incidencia fluctúa en el tiempo y se modula por numerosos factores, tales como el clima, la ecología local y la influencia de las actividades humanas. En este sentido, la actividad humana más influyente ha sido históricamente la deforestación, que es capaz de generar irreversibles daños en los ecosistemas y hábitats de las especies.

Miles de millones de hectáreas de bosques se han reconvertido con fines productivos desde hace miles de años, ya sea para darle espacio a la agricultura y la ganadería, o bien para sustentar el proceso de urbanización, el cual demandó cantidades ingentes de madera para construcción y uso como fuente de energía.

Interesante el ejemplo de la Catedral de Notre-Dame, cuya estructura de vigas de madera ubicada en el techo era conocida como “el bosque medieval”. Su construcción, alrededor del siglo XIII, requirió talar cerca de 1.300 árboles de roble de entre 300 y 400 años de antigüedad, el equivalente a más de 21 hectáreas de bosque. El 15 de abril de 2019, cuando la catedral ardió enérgicamente, esas vigas tuvieron una segunda muerte y se convirtieron en cenizas. Lamentablemente, los bosques primarios europeos que suministraron esa madera están hoy casi desaparecidos, lo cual alimentará un interesante debate a la hora de la restauración.

Estructura original en el techo de la catedral de Notre-Dame, conocida como La Forêt, el bosque.

Caso de estudio: investigación sobre la peste en el norte de Tanzania

Los elementos mencionados anteriormente han sido probados en un interesante estudio sobre la peste en Tanzania liderado por la Universidad de California Santa Bárbara.

El estudio consistió en comparar los distintos factores de transmisión de peste en áreas destinadas a la conservación ambiental con áreas utilizadas para agricultura. Los resultados mostraron que, para la zona de estudio, convertir áreas destinadas a la conservación para uso agrícola aumentó el riesgo de transmisión de peste a los agricultores a través de múltiples vías:

  • mayor abundancia de roedores con bacteria Yersina pestis, casi el doble respecto a sitios conservados,
  • cambio en la comunidad de vectores. La pulga X. brasiliensis, una especie que se reconoce como un vector eficiente en la transmisión de peste, fue cinco veces más abundante en tierras agrícolas que en sitios conservados.
  • mayor presencia de personas en áreas agrícolas.

Estos resultados se explican probablemente por el hecho de que las pulgas y los huéspedes (roedores en este caso) se multiplican, mientras que los predadores no. La fragmentación de un ecosistema tiende a reducir la cantidad de grandes mamíferos y depredadores, lo que puede permitir que las poblaciones de roedores crezcan relativamente libres. Si a esto le sumamos el hecho de que disponen de fácil acceso al alimento en tierras de cultivo y a que algunas especies como la rata africana puede tener hasta 14 crías, entonces estamos ante un desequilibrio evidente que lleva al rápido crecimiento de la población de roedores y pulgas portadores de peste. Y, por ende, mayor probabilidad de zoonosis.

La deforestación en tiempos preindustriales

No he encontrado ningún estudio que relacione la deforestación con alguna de las pandemias de peste presentadas, pero sinceramente me costaría mucho creer que esto no haya jugado algún papel importante. Esto lo digo porque la pérdida de hábitats naturales es un proceso que se viene dando desde mucho antes de la modernidad.

China perdió extensos bosques ya en los tiempos preindustriales. Se le atribuye esto a la recolección de leña, la producción de carbón vegetal y la construcción de casas y palacios.

En Europa, la deforestación durante la antigüedad fue bastante severa, especialmente en la cuenca del Mediterráneo. Pero el pico máximo se alcanzó durante la Edad Media, al punto que la eliminación de la cubierta forestal del continente estuvo culminada ya para el año 1.300. Es hasta el día de hoy que Europa no posee más que pequeños baches verdes desperdigados en sus territorios densamente poblados. No debería sorprenderte por qué la naturaleza salvaje que aún se encuentra en lugares de América Latina sorprende tanto a los viajeros del viejo y deforestado continente europeo. No te voy a mentir, yo también quisiera atravesar el Tapón del Darién, cuya superficie duplica el pequeño Gran Ducado de Luxemburgo.

Deforestación estimada en Europa entre los años 1000 a.C. y 1850 d.C.

Al igual que el coronavirus produjo evidentes mejoras en la calidad de aire de las ciudades, eventos extremos como la Peste Negra también fueron positivos para el ambiente. Debido a la drástica reducción de la población, los bosques se extendieron nuevamente por un tiempo. La tendencia comenzó a revertirse cuando, hacia el año 1500, la población europea recuperó los niveles del 1300. La naturaleza solo tuvo un breve respiro.

Conclusión. 8 lecciones para sobrellevar la crisis del coronavirus

Hermano, te escribiste casi 4.000 palabras sobre la peste y su historia desde el siglo V, ¿para qué me sirve saber todo esto en medio de una pandemia de coronavirus?

Eso es seguramente lo que te estarás preguntando ahora, pero déjame responderte. Me he tomado el tiempo de investigar y contarte todo esto,

  • primero, porque me parece un tema super interesante (al igual que el asunto del calamar Illex argentinus) y,
  • segundo, porque creo que arroja la perspectiva suficiente como para ayudar a entender mejor la primera pandemia verdaderamente global que nos toca vivir.

1° No te asombres por una pandemia

A la mayoría de nosotros, el simple hecho de que un simple virus salido de la nada pueda arruinar todos los planes geniales del 2020, nos resulta algo impensado, que jamás podía suceder. ¿Te ibas a casar? ¿te ibas a ir de vacaciones? ¿te ibas a ir a estudiar afuera? ¿querías emprender un nuevo negocio? ¿te ibas a ir a vivir solo? La historia se ríe en tu cara.

Así como en 2001: Odisea al Espacio, la supercomputadora HAL es vencida por un simple destornillador, la totalidad de la globalización ha sido desarticulada momentáneamente por un patógeno que atacó el punto más débil del ser humano: nuestra biología. Es que, aunque seamos capaces de viajar al espacio, aún somos seres biológicos de una rara especie autodenominada Homo sapiens.

El hecho de que hayas crecido y desarrollado en un mundo estable es casi una excepción histórica. En el 1320 probablemente la peste haya tirado por la borda los planes de todo rey y agricultor europeo, tanto como en 2020 el coronavirus lo ha hecho contigo. Si hasta ahora no nos había pasado fue una cuestión de suerte. No te juegues tampoco a que ésta será la última gran pandemia del siglo XXI.

2° La pandemia de coronavirus comparte los mismos impulsores que las pandemias de peste anteriores pero exacerbados

A pesar de haber adquirido los conocimientos científicos que nuestros antepasados jamás hubieran soñado, la velocidad con que unos pocos contagios devinieron en una pandemia fue posible por los mismos impulsores que antes, pero esta vez, acelerados: Estos son:

  • Hiperconectividad en el comercio y viajes internacionales
  • Aumento exponencial de la población y urbanización

No es ninguna novedad que vivimos en la época de la Gran Aceleración, como vimos en un post anterior. Es esperable entonces que nuestro interconectado sistema se sacuda más rápidamente ante riesgos que ocurren en lugares distantes.

3° Las ciudades no son pandemia-friendly

El mayor logro de la modernidad, las vibrantes y pujantes ciudades, han sido históricamente focos de contagio masivos, con mayor impacto en los habitantes más vulnerables. Esto es cierto tanto para las pandemias de peste descriptas antes, como para los inmigrantes irlandeses de New York que en 1832 morían de cólera en sus cuartos sin ventanas y para los que hoy viajan en transporte público en hora pico en cualquier metrópolis moderna.

En el caso de los países latinoamericanos, más de 86 millones de hogares se encuentran en barrios informales, sin servicios básicos, como cloacas, agua potable y acceso a la salud, y en condiciones de hacinamiento que no permiten medidas básicas como el aislamiento social. Como vimos, no muy distinto de la situación que se daba en el Old Town de la Edimburgo medieval, con múltiples familias viviendo en un pequeño cuarto, sin cloacas, sin ningún tipo de sanidad y conviviendo con todo tipo de alimañas. No es ninguna sorpresa entonces que muchos focos de contagio alarmantes de coronavirus se den en favelas, villas miseria, campamentos poblacionales, barrios de ranchos y pueblos jóvenes, según la denominación de cada país.

La pobreza junto con la enorme escala de muchas de nuestras ciudades nos expondrá constantemente a episodios de enfermedades contagiosas. Por lo tanto, esto nos lleva a replantear cómo deberíamos estar diseñando y adaptando nuestras ciudades para minimizar el impacto de futuras epidemias/pandemias. Acabar con la pobreza es, desde ya, el primer objetivo para reducir la vulnerabilidad. Por otro lado, la idea de vivir en una eco-aldea quizás comience a resultar más atractiva. Eso sí, qué no falte internet.

4° No es tan grave

El hecho de que las tres pandemias de peste se hayan cobrado la vida de más de 170 millones de Homo sapiens hace que el coronavirus sea casi una caricia. No es para tanto. Su impacto humano es incomparable con cualquiera de las grandes pandemias.

Sin embargo, lo traumático de esto no es su impacto en vidas humanas sino su impacto económico, lo que más importa hoy día. A pesar de ser tremendamente contagioso el coronavirus no es tan mortal. Es más bien como la bala enemiga que no te mata, pero te deja herido, y te convierte de golpe en un problema del cual alguien se tiene que ocupar. Un soldado herido insume más recursos para cuidarlo que uno sin vida.

5° La irracionalidad es inevitable

Hemos visto que ante episodios impactantes lo que nunca faltará son las explicaciones irracionales, ilógicas, racistas y conspirativas. Durante la Peste Negra culparon a los judíos, ahora a los chinos. Muchos hoy día deben igualmente creer que esto se debe a un castigo divino, pero sacerdotes y astrólogos confían más en el aislamiento social que en sus propias plegarias a la hora de prevenir contagios.

Bendición Urbi et Orbi. Papa Francisco: “La oración es nuestra arma vencedora”. Not so sure Pope…

En otro plano (el mismo de los terraplanistas), tenemos los que se identifican con el movimiento “antivacuna”. Llegado el momento, este grupo de gente se resistirá a vacunarse contra el coronavirus. Lamentablemente, son incapaces de entender que el nuevo contrato social también requiere que nos protejamos de los patógenos, no hacerlo es atentar contra la salud pública, y con la libertad del otro. No nos olvidemos tampoco de los que han advertido sobre los chips intravenosos de Bill Gates, el 5G, y muchas otras cosas.

Ese tipo de afirmaciones y creencias no sólo son ridículas sino que además son peores que, por ejemplo, las procesiones de flagelantes en el medioevo. Pero no los culpo, con la mejor información disponible hacían lo que tenían a su alcance, ya que antes se desconocían cosas que actualmente sabemos. Hoy día, en cambio, se elige la ignorancia por voluntad propia. Cada uno es libre de creer lo que quiera. Pero el problema es cuando el precio del atraso lo debemos pagar entre todos.

La explicación a cualquiera de estos comportamientos contraproducentes es ilustrada perfectamente por Isaac Asimov, al afirmar que:

«El aspecto más triste de la vida ahora mismo es que la ciencia consigue conocimiento más rápido de lo que la sociedad gana sabiduría.»

6° Tenemos que aprender a convivir con ciertas cosas

No sólo hay que convivir con la insensatez y la irracionalidad permanente. También hay que convivir con la incerteza de si el coronavirus desaparecerá, seguirá con nosotros por siempre, o será totalmente controlado con el desarrollo de una nueva vacuna. El hecho que la peste sea hoy día endémica en ciertas regiones demuestra que no podemos erradicar por completo algunas enfermedades. En el caso del dengue no podemos eliminar a todos los mosquitos. Para la malaria aún no existe vacuna. A veces, la prevención es el único antídoto para minimizar el impacto de ciertas enfermedades.

Los patógenos seguirán con nosotros a pesar de que hayamos desarrollado todo un arsenal contra ellos. Será una guerra sin fin. Al momento que bajemos la guardia los virus, bacterias y protozoos estarán al acecho para convertirnos en su nuevo huésped. Y en la era de la hiperglobalización nunca podremos bajar la guardia. Así son las cosas. De la misma manera que hoy coexistimos y convivimos con la peste, la gripe, el dengue y la malaria, ¿será que la nueva normalidad será aprender a convivir con el coronavirus circulando por un largo tiempo? ¿O que debemos convivir con el riesgo latente de que siempre hay una pandemia a la vuelta de la esquina?

7° El problema de las enfermedades zoonóticas se agrava con la destrucción de los ecosistemas

Tanto el coronavirus, como la peste y otras enfermedades zoonóticas, se agravarán si seguimos destruyendo los ecosistemas. Esto significa que serán más frecuentes. De esta manera, aumentamos las chances de que emerja la próxima pandemia. En realidad, a nadie lo alarma la peste hoy día ya que no es tan mortal como solía ser, siempre y cuando tengas los antibióticos a mano, claro está. Pero sí me preocupa que surja un nuevo coronavirus, un “SARS-Cov-3” que sea contagioso como el actual y letal como la peste.

No es casualidad que la cantidad de enfermedades zoonóticas emergentes haya aumentado al son de la crisis de la biodiversidad, que ha producido la sexta extinción masiva de especies de la historia.

8° Cuidar los ecosistemas es cuidar la salud

Pero quisiera advertir igualmente que la complejidad del asunto no permite hacer aseveraciones simplistas del tipo “más deforestación más peste, o más [inserte su enfermedad aquí]”, ya que la ecología y las circunstancias de cada lugar pueden generar dinámicas diferentes a las esperadas. Es posible, por ejemplo, que el cambio en el uso del suelo resulte en un efecto opuesto al que se produjo en la zona de estudio de Tanzania.

Hallazgos como ese enfatizan la importancia de comprender mejor la ecología de las enfermedades en el contexto de los procesos de cambio de uso de suelo y cambio climático, los cuales no hacen más que agravarse año a año. Argentina perdió la tristísima cifra de 2,8 millones de hectáreas de bosque nativo entre 2008 y 2020, a pesar de contar con una ley que debería protegerlos.  ¿Tendrá algo que ver esto con la peor epidemia de dengue registrada entre julio de 2019 y mayo de 2020?

Todo parece indicar a que tendremos que aprender muchísimo más sobre enfermedades zoonóticas para entender bien cómo emergen, cómo prevenirlas mejor y cómo combatirlas en cada caso cuando aparezcan. El nivel de incertidumbre, dado el conocimiento científico actual, hace que sea casi imposible predecir cómo podría aumentar el riesgo de enfermedad a medida que el uso de la tierra y el clima cambia a grandes escalas.

No obstante, reitero, la aparición y reaparición de enfermedades zoonóticas está estrechamente relacionada con la salud de los ecosistemas. El riesgo de que aparezcan y se amplifiquen aumenta con la intensificación de las actividades humanas que rodean e invaden los hábitats naturales, lo que da pie para que los patógenos del mundo animal «desborden» con mayor facilidad hacia el mundo humano.

Por otro lado, conservar ecosistemas naturales es tremendamente importante porque nos otorga incalculables beneficios (también llamados servicios ecosistémicos”), tales como la regulación hídrica (contribuye a prevenir inundaciones) y la captura de dióxido de carbono (aporta a la mitigación del cambio climático).

Aunque no podamos saber exactamente en qué medida un bosque previene el surgimiento de una determinada enfermedad zoonótica, sea la peste, la malaria, el dengue, el coronavirus, u otra, no dudaría también en incluir la prevención de enfermedades como otro de los grandes beneficios de la conservación.

La naturaleza no nos necesita, pero nosotros sí la necesitamos. Cuidemos los ecosistemas y estaremos haciéndole un bien a la salud global.

Ningún policymaker ni businessman debería dudar de eso.


Referencias

A lo largo de este extenso post me he remitido continuamente a las referencias que encontrarás a continuación.