“Desde luego, no cuento con tu experiencia. Pero encuentro difícil convencerme a mí mismo de que Dios introdujera a un ser tan malo a la creación sin dotarlo con algunas virtudes.”

Guillermo de Baskerville – El Nombre de la Rosa (Umberto Eco)

Los virus, así como las bacterias y otros microorganismos, han desempeñado un papel vital en la vida en la Tierra durante los últimos 3.800 millones de años. La gran mayoría son absolutamente inofensivos y, a menudo, esenciales para los ecosistemas y la salud humana. Sin embargo, otros son capaces de matar implacablemente.

El coronavirus SARS-Cov-2, causante de la pandemia COVID-19, no mata implacablemente. Tampoco es inofensivo. Está en el medio, digamos. Posee muy baja letalidad, menor al 10%, pero compensa con una gran capacidad de contagio.

Más que un asesino perfecto al estilo León, el profesional, este coronavirus recuerda a aquella gran innovación bélica donde las balas se diseñaron primero para herir antes que para matar. Un soldado malherido requerirá asistencia de otros dos o tres más, lo que provoca un mayor costo logístico al enemigo. Siguiendo esta analogía, las particularidades del coronavirus hicieron que le provoque un stop sin antecedentes a la logística de la economía global.

Pero esto no significa que el coronavirus sea el enemigo que debemos combatir. Este post es para convencerte de eso, de que no tiene sentido declararle la guerra a este o a cualquier otro virus. El virus es la bala. Si bien los principales líderes del mundo han enmarcado la narrativa de la crisis de esa manera, es decir, como una “guerra contra el coronavirus”, en mi opinión es una distracción de la verdadera causa del problema. Entonces la pregunta es: ¿quién disparó la bala? Esta respuesta no la desarrollaré aquí sino en el próximo post. 😊

Vulnerados, una vez más

Un libro de ciencia ficción que leí hace tiempo contaba cómo una civilización que habitaba un planeta con abundantes riquezas llamado Yinnisfar, había olvidado el arte de la guerra porque hacía milenios que en la galaxia reinaba la paz. Pero cuando un pequeño grupo de embusteros de otros planetas piensa que es una buena idea aprovecharse de la situación, emprenden una travesía hacia Yinnisfar para atacarlos y hacerse de todas sus riquezas.

La vetusta maquinaria bélica de Yinnisfar apenas pudo ponerse en movimiento y la falta de preparación de los soldados y generales, que nunca habían estado en una guerra, hizo que todas las defensas fueran fácilmente franqueadas. Los conquistadores conquistaron sin resistencia.

Volvamos a la realidad. Si bien la humanidad no ha sido capaz de erradicar por completo las guerras, las traumáticas pandemias como las de peste, o la gripe española, parecen haber sido olvidadas por cada uno de nosotros. No importa si ocurrieron hace 100 o 1000 años. Hoy, gracias al gran escudo del conocimiento científico la mayoría pensó que no era posible que un episodio como el que vivimos en 2020 fuera posible.

Sin embargo, al igual que Yinnisfar, hemos sido vulnerados, una vez más, casi sin resistencia, por un pequeño y embustero demonio: un virus.

Abundantes y diminutos

La ventana a este nuevo mundo se abrió hace relativamente poco. No fue sino hasta 1899 que el microbiólogo holandés Martinus Willem Beijerinck lograra identificar en su laboratorio el primer virus conocido, el virus del mosaico del tabaco.

Hola, soy el virus del mosaico del tabaco

Desde entonces se ha logrado identificar más de 5000 genotipos virales, y se conocen poco más de 200 especies de virus capaces de infectar a los humanos. El primero de ellos en ser descubierto fue el virus de la fiebre amarilla en 1901, pero tres o cuatro nuevas especies siguen siendo encontradas cada año. Esto sugiere que aún existe un número sustancial de virus humanos sin descubrir. Tan sólo en mamíferos y aves, se estima que existen unos 1,7 millones de virus aún no descubiertos, de los cuales el 37%-49% podrían tener la capacidad de infectar a los humanos.

Los virus se hallan además en casi todos los ecosistemas de la Tierra y son el tipo de entidad biológica más abundante y diminuta. Pareciera que son, en efecto, pequeños demonios.

Una fiesta en la isla. Un estudio llevado a cabo en Estados Unidos encontró que una muestra de tan solo 1 kg de sedimento recogido de la superficie marina cercana a la costa de Fiesta Island, San Diego, poseía mayor diversidad de virus que todas las especies de reptiles conocidas por la ciencia (aproximadamente 6300). Piensa en esto la próxima vez que recojas un manojo de sedimento cercano a alguna costa.

Demonio, de buen espíritu

Pero no nos dejemos llevar por la connotación negativa de la palabra “demonio”, hecho que podemos atribuirle a los primeros textos del judeocristianismo. Su origen etimológico proviene de la palabra griega Eudaimonia, que significa simplemente “buen espíritu”. Es decir, la idea de la malevolencia vino después. Pero los virus no son malos en sí mismos, sólo llamamos “malos” a los que afectan nuestra salud. De igual forma, la idea de malevolencia vino después.

A nivel ecológico, los virus realizan la tarea esencial de regular las poblaciones de especies huésped y asegurando el equilibrio dentro de los ecosistemas. Virtudes más que honorables para esto seres “malos”. También se ha encontrado que los virus son capaces de moverse entre diferentes biomas y, al hacerlo, facilitan la transferencia horizontal de genes, una función clave para el mantenimiento de la diversidad biológica.

Los virus infectan a todo tipo de organismos sin discriminación, desde animales, hongos y plantas, hasta protistas, bacterias y arqueas. Pero sólo un pequeño porcentaje de estos, como vimos, llegan a nosotros y son capaces de provocar efectos negativos significativos en la salud humana. La especificidad infecciosa y el tipo de enfermedad que cada virus produzca dependerá principalmente de las proteínas de su envoltura y del material genético que transportan en su interior.

Se dice también que están al límite de lo que podría considerarse un ser vivo, ya que no pueden perdurar sin las células de otro ser vivo. Una vez dentro de un organismo “huésped”, el virus infecta sus células inyectando su propio código genético para aprovechar la maquinaria ajena y así replicarse y sobrevivir. Por tal razón, los virus no son más que pequeñas unidades de información genética. No veo por qué enzañarse con tan formidables sujetos.

Querido huésped

¿Cómo llega un virus a afectar la salud de las personas? A través de lo que se llaman caminos o cadenas de transmisión, cuya secuencia se puede representar de la siguiente manera:

La cadena de transmisión puede ocurrir de diversas maneras, y cada virus (al igual que cualquier otro patógeno) tiene su propia forma de hacerlo. En ocasiones, la transmisión involucra un huésped intermedio, llamado vector de transmisión. Un vector es cualquier agente (persona, animal o microorganismo) que transporta y transmite un patógeno a otro organismo vivo.

Por ejemplo, la dinámica de la mortal enfermedad de la peste puede explicarse a través su cadena de transmisión:

  • Agente infeccioso: bacteria Yersinia pestis
  • Vector: pulga de los roedores
  • Huésped: roedores y humanos

Como vemos, la infección al hombre estaba tan solo a un salto de pulga de distancia. Una proeza fácil de imaginar si se consideran las escasas medidas sanitarias del medioevo y las aglomeraciones en centros urbanos como Edimburgo, Londres, Sevilla, Milán o Constantinopla.

Pero por tan simple que parezca, la cadena de transmisión de la peste fue recién descubierta en el año 1898 por el francés Paul-Louis Simond. Desconocer esto le significó a la humanidad la muerte de cientos de millones de personas a lo largo de 1500 años. Hoy es una enfermedad de bajísima incidencia, endémica en algunos países mayormente pobres.

Conclusión

Los virus no son pequeños demonios a los que debamos declararle la guerra para erradicarlos. Por el contrario, son omnipresentes, abundantes y biológicamente importantes para el medio ambiente, inseparables de él.

El hecho de que el coronavirus SARS-Cov2 haya sido el virus de la pandemia no hace que sea el culpable. Si retomamos la analogía del principio, este virus es la bala que alguien disparó. Como veremos en el próximo post, el problema no son los virus en sí mismo, sino lo que la humanidad ha hecho para aumentar las probabilidades de que un virus, que se encontraba felizmente circulando en el mundo natural, llegue a nosotros. Así como algunos sistemas injustos «crean pobres», los sistemas insostenibles «crean pandemias». Nos dedicaremos allí a ver cómo esa bala se disparó.

Entonces, no le declaremos la guerra a un virus, declarémosela a las pandemias, al cambio climático, a la pobreza y a la falta de acceso a la salud, por nombras algunos. Si desarrollamos una vacuna (siempre que sea posible) tan sólo nos estaremos protegiendo de un virus específico. Si prevenimos la ocurrencia de pandemias, combatimos la pobreza y mejoramos el acceso a la salud no sólo estaremos minizando la probabilidad de que cualquiera de los millones de virus existentes (y cualquier otro patógeno) llegue a nosotros, sino también de que cuando lo haga, el impacto sea el mínimo.

Mientras tanto, no nos queda otra que aprender a convivir con ellos, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe.

Referencias

  • Curtis H., Barnes S., Schnek A. y Massarini A. (2008). Biología.
  • IPBES (2020). Workshop Report on Biodiversity and Pandemics of the Intergovernmental Platform on Biodiversity and Ecosystem Services. Link
  • Woolhouse, M., Scott, F., Hudson, Z., Howey, R., & Chase-Topping, M. (2012). Human viruses: discovery and emergence. Link
  • Breitbart M, Felts B, Kelley S, Mahaffy JM, Nulton J, Salamon P, Rohwer F (2004). Diversity and population structure of a near-shore marine-sediment viral community. Link