Tengo el agrado de hacerles llegar en esta oportunidad un post escrito por mi amigo personal y Doctor en Química Franco Allegrini, con la tarea nada sencilla de explicar como funciona el sistema científico en el mundo y Argentina. Los dejo con él…


Debido a la gran cantidad de especializaciones, ramas y disciplinas científicas existentes, analizar el funcionamiento y las tendencias del sistema científico a escala global no es una tarea sencilla. El objetivo de este artículo es considerar algunos de los elementos comunes que guían el accionar diario de los científicos de manera de poder entender las claves de este poderoso motor de progreso del que la humanidad dispone.  Una vez realizado este análisis mencionado, se intentará describir el posicionamiento de Argentina en este contexto.

Sistema científico internacional

A modo de comienzo, es conveniente realizar una distinción entre dos términos de uso muy frecuente en la jerga de los científicos, como son “ciencia básica” y “ciencia aplicada”. La primera tiene que ver con desarrollos científicos con un potencial que normalmente es muy amplio y general desde el punto de vista de la producción de conocimiento. A pesar de esto, la aplicabilidad inmediata de estos desarrollos para resolver algún problema práctico, concreto y de impacto significativo en la mejora de la calidad de vida del ser humano es muy limitada o nula.

Cuando se habla de ciencia aplicada, por otro lado, el foco está puesto en descubrimientos que sí apuntan a resolver un problema específico y bien delimitado (como podría ser  paliar una enfermedad o minimizar el impacto ambiental de un proceso industrial) y cuya influencia en términos prácticos es mucho mayor que un descubrimiento de ciencia básica. Como contraparte, su proyección analizada desde la óptica de la generación de nuevos conocimientos no es normalmente de gran alcance. En general, los descubrimientos en ciencia aplicada, son los que utilizan los divulgadores científicos para poder explicar al común de la sociedad los caminos por los cuales transita la ciencia hoy en día.

Respecto a la diferenciación realizada, es importante aclarar que la frontera entre estos dos “tipos de ciencia” muchas veces es difusa, ya que la ciencia aplicada toma muchos elementos de la ciencia básica, así como también los descubrimientos e invenciones en ciencia aplicada suelen plantear nuevas fronteras y problemáticas para que la ciencia básica siga progresando. Tal es así, que algunos epistemólogos de renombre prefieren evitar esta comparación y estudiar a la ciencia desde otros puntos de partida, como por ejemplo el grado de acercamiento del laboratorio científico a la sociedad.

Una vez sentada la distinción del párrafo anterior, es momento de hacer referencia a dos parámetros evocados muy frecuentemente entre científicos y que son de fundamental importancia para entender la dinámica del sistema científico mundial. Éstos son el “índice h” y el “factor de impacto de una revista científica”.

El índice h fue propuesto por el físico argentino nacionalizado estadounidense Jorge Hirsch, quien trabaja en la Universidad de California. Como bien se lee en Wikipedia:

«Este índice se calcula con base en la distribución de las citas que han recibido los trabajos científicos de un investigador. De esta manera, si el factor h vale n, entonces n publicaciones han sido citadas más de n veces. Para hallarlo, basta ordenar las publicaciones de un autor o grupo según el número de veces que han sido citados, de mayor a menor, e ir recorriendo a lista hasta encontrar la última publicación cuyo número correlativo sea menor o igual que el número de citas: ese número correlativo es el factor h. Así, el índice h es un balance entre el número de publicaciones y la cantidad de citas que se efectúan a éstas, y permite distinguir aquellos investigadores que tienen una gran influencia en el mundo científico de aquellos que simplemente publican muchos trabajos«.

Por otro lado, el factor de impacto o índice de impacto es una medida de la importancia de una publicación o de una revista científica. Se calcula generalmente con base en un período de dos años. Por ejemplo, el factor de impacto en el año 2003 para una determinada revista puede calcularse como sigue:

  1. A= número de veces en que los artículos publicados en esta revista en el año 2001-2002 han sido citados por las publicaciones a las que se le da seguimiento a lo largo del año 2003.
  2. B=número de artículos publicados por la revista en el período 2001-2002.
  3. Factor de impacto 2003= A/B.

Tanto el factor de impacto de las revistas en las que un científico publica como el índice h son utilizados (con diversos matices) como los principales criterios de decisión de los organismos estatales que financian y coordinan la actividad científica en la mayoría de los países del mundo. Esto quiere decir, que son la principal referencia a la hora de decidir si un investigador promociona o no a un cargo de mayor jerarquía  o de determinar qué proyectos y grupos de investigación recibirán mayores subsidios para desarrollar sus proyectos.

Si bien esta forma de proceder ya se encuentra profundamente arraigada desde aproximadamente mediados del siglo pasado, parecería haberse establecido como un axioma incuestionable. Resulta interesante entonces cuestionarse cómo y hacia dónde estaría guiando el progreso científico.

Por un lado, es indiscutible que en un sistema científico globalizado como el de hoy en día es de gran importancia contar con parámetros como los mencionados para tener una referencia de carácter universal sobre la calidad del trabajo realizado por un científico o grupo de científicos. Sin embargo, si se presta atención a las definiciones de los mismos, ambos tienen un factor común que es interesante de analizar: se evalúa a los científicos  en base a la influencia que sus trabajos tienen en el mundo científico.

La redundancia de la palabra “científico” en la observación realizada anteriormente denota un círculo cerrado y hasta quizá, vicioso. Lo más preocupante de este círculo y de la excesiva atención que se le presta a los índices es que quitan el foco de atención de un aspecto fundamental de la ciencia: su apertura social y humanitaria.

No se puede negar que el progreso tecnológico está basado en descubrimientos de la ciencia y que ha sido exponencial en los últimos años. Sin embargo este “progreso” surge de iniciativas privadas y con un objetivo meramente económico, que lo único que hace es tomar los descubrimientos publicados por la comunidad científica en el afán de mejorar sus indicadores de rendimiento, y luego patentarlos y orientarlos por caminos guiados por los caprichos del mercado de turno y su rentabilidad.

Sin dudas, la prioridad en la mayoría de los casos no es el de resolver problemas y satisfacer las necesidades fundamentales de la humanidad, como lo son las enfermedades y el hambre en los sectores más postergados de la sociedad, la falta de un verdadero desarrollo sostenible que garantice la vida del ser humano sobre la tierra a largo plazo, y por qué no, contribuir con la paz mundial. Claro ejemplo de esto es la escasa inversión y esfuerzo de empresas farmacéuticas para desarrollar una cura efectiva y eficiente a enfermedades parasitarias como la tuberculosis, que normalmente afectan a los sectores más pobres de la población mundial.

Como resumen hasta este punto, se podría decir que los índices de impacto funcionan como la zanahoria que el sistema económico actual impone a los científicos para mantener en movimiento su rueda de producción. Sus desarrollos son el combustible de la economía, pero con la particularidad de que en el afán de mantener en movimiento esta rueda, los científicos terminan cayendo en un cierto hermetismo social y humanitario dejando libertad de acción a entes cuyo único objetivo es generar ganancias bajo una óptica completamente individualista.

Posicionamiento argentino

Presentado este panorama general, y atendiendo a los objetivos planteados en el primer párrafo, la pregunta que queda por responder es: ¿cómo se posiciona Argentina en relación a esta forma de hacer ciencia? Haciendo un poco de historia, nuestro sistema científico está fuertemente marcado por los lineamientos que marcaron quienes sentaron sus bases en 1958. Estos lineamientos tienen un gran parecido con el sistema francés en cuanto a la fuerte unión entre la academia y los centros de investigación. Esta forma, indudablemente favorece el desarrollo de una ciencia de gran calidad a nivel básico pero a la vez descuida su dimensión aplicada.

Recurriendo a las estadísticas, en comparación con los países desarrollados disponemos de una cantidad promedio 10 veces menor de científicos por cantidad de habitantes, y ni que hablar de los bajos recursos destinados para que estos científicos puedan desarrollar adecuadamente sus actividades.  A pesar de esto contamos con tres premios Nobel en ciencia (dos en medicina y uno en química), así como con muchos científicos que sin haber llegado a este máximo galardón son líderes en muchos laboratorios y universidades de gran prestigio, e incluso referentes en sus temáticas trabajando en nuestro país y el exterior.

Lo anterior, sin contar a los jóvenes investigadores y becarios que acceden con gran facilidad a becas altamente competitivas a nivel internacional. Los galardones mencionados nos sitúan entre los tres países con mayor tradición y desarrollo científico de Latinoamérica, junto con México y Brasil.

Un dato interesante y que sintetiza lo mencionado en el párrafo anterior, es que Argentina es el país que mayor “provecho” saca de su inversión en ciencia en el mundo, si se analiza la calidad de las publicaciones de acuerdo con los índices explicados anteriormente y en relación a la inversión promedio que se realiza por científico. Sin embargo, aunque este dato parecería digno de ser publicado en las primeras planas de cualquier periódico, pierde notoriamente su valor si se analiza en qué medida esta supuesta calidad científica aporta al desarrollo económico y social del país.

En pocas palabras, esto nos estaría diciendo que la ciencia en Argentina no está exenta del panorama de lazanahoria de los índices” descrito con anterioridad, y es un claro exponente de los que ocurre con la ciencia a nivel mundial.

El Premio Nobel y fundador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), Bernardo Houssay sostenía que “El adelanto de las ciencias en un país es el índice más seguro de su civilización…” así como que “hablar del futuro de las ciencias en una nación es lo mismo que expresar qué jerarquía ocupará en el mundo civilizado”.  Y es aquí donde se desprende otra pregunta clave: ¿cuál es el concepto de adelanto científico que nuestro país y su sistema científico está llevando adelante? Sin dudas que no coincide completamente con el concepto que sostenía Houssay, ya que de lo contrario nuestro posicionamiento en el “mundo civilizado” sería distinto.

Otros interrogantes que inmediatamente surgen frente a esta realidad es: ¿puede nuestro país darse ese lujo? ¿Es necesario suministrar los pocos recursos que invertimos en mantener un sistema científico que otorga investigadores e investigaciones de primer nivel a la ciencia mundial pero que aporta relativamente muy poco al desarrollo del país? Para intentar dar una respuesta a esta controversial pregunta veamos el ejemplo de un país cercano desde lo geográfico pero lejano en política científica como lo es Brasil.

Como ya es sabido, la economía brasileña es la mayor de América Latina y del hemisferio sur, y la sexta mayor del mundo por PBI. Ha sido una de las economías, con más rápido crecimiento económico en el mundo, y las reformas económicas dieron al país un nuevo reconocimiento internacional, tanto en el ámbito regional como global. Este crecimiento, tiene una correlación muy marcada con su política científica: la inversión brasileña en ciencia y tecnología alcanzó en 2013 una cifra  récord de 5600 millones de dólares frente a los 3800 millones de 2012, con una evolución exponencial en los últimos diez años (575 millones de dólares en 2002). Como es de esperarse, el sueldo promedio de un investigador brasilero supera significativamente al de cualquier categoría de investigador argentino.

Más allá de estas cifras, la ciencia brasilera no se encuentra tan bien posicionada si se analiza en función de los índices anteriormente descritos, es decir, en términos de los parámetros de “calidad científica” internacionales. De todo esto se deriva una conclusión interesante: para desarrollar un sistema científico acoplado al crecimiento económico, social y cultural de un país sería necesario, al menos en primera instancia, postergar en cierta medida los buenos  índices. Esto significa que la ciencia comience a orientarse a resolver problemáticas locales y de extrema utilidad para un país a cambio de rescindir publicaciones de impacto a nivel internacional, que aporta al conocimiento universal pero no a la calidad de vida de la sociedad que está sustentando ese sistema científico.

Si bien la ciencia que se realiza en nuestro país podría considerarse de calidad, la cantidad de publicaciones de relevancia que nuestros científicos aportan en relación al total mundial es realmente bajo debido a que no se puede competir con grandes potencias en cuestiones de infraestructura, equipamientos y eventuales aportes de privados. Dicho en palabras simples, el sistema científico argentino no está siendo del todo pragmático ni eficiente ya que no aporta de manera significativa a la ciencia mundial, ni a la ciencia local.

Comentario final

La creación de un Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación productiva es un paso en los papeles, pero no alcanza. Es necesario volver a las bases y reformular a partir de allí.  Si esto no ocurre los cambios seguirán siendo meramente cosméticos y de tinte político.

La palabra “reformular” utilizada en el párrafo anterior no implica un cambio radical que tire por la borda todo lo bueno que la ciencia Argentina tiene y ha logrado. No es necesario ir a los extremos. Los cimientos de calidad y el potencial humano para desarrollar un sistema científico que impulse nuestra economía están bien fundados y eso no es un hecho menor ni que haya que desmerecer, ya que es muy difícil de lograr. Reformular desde mi visión significa que es necesario realizar ajustes de rumbo sin perder la esencia, y esos ajustes tienen que ver con equilibrar la balanza entre ciencia de calidad (dada por la influencia de la historia de nuestro sistema científico) y ciencia con sensibilidad social (dada por la demanda socio-económica actual).

El desarrollo de herramientas eficientes de vinculación tecnológica guiada por fines humanitarios y sociales debe ser una prioridad, así como la concientización de nuestros científicos acerca de la importancia de explotar estas herramientas para revindicar su actividad y reconocimiento social, hechos que serían el comienzo de la solución de dos de sus pesares actuales, los salarios bajos del personal científico, y falta de subsidios competentes.