«Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba«

 San Francisco de Asís (1881 – 1226) – Fundador de la Orden Franciscana

Laudato Si´, Mi´ Signore…  así comienza la bellísima encíclica del Papa Francisco destinada a reflexionar sobre cuestiones importantes de nuestro tiempo presente, a partir de la evidente y preocupante degradación ambiental global.

Este fragmento inicial, que significa «Alabado seas, mi Señor» y se encuentra en la cita del comienzo, es propio de San Francisco de Asís, de quien el Papa ha tomado su nombre papal e inspirado  para vivificar el ejemplo de cómo debe ser la vida bajo los preceptos de una ecología integral (y franciscana). Al contrario de Juan XXIII, que dirigió su encíclica Pacem in terris a «todo el mundo católico y a todos los hombres de buena voluntad», el Papa Francisco se dirige lisa y llanamente a «todos los habitantes del mundo«, un mundo que él llama nuestra casa común.

Laudato Si’ no es sobre el cambio climático, ni tampoco una «encíclica verde», como la han llamado los medios de comunicación, más bien, es un texto de reflexión verdadera sobre una crisis más profunda que vivimos actualmente y donde la cuestión ambiental es apenas un síntoma. Sus implicancias y críticas al status quo exceden largamente los alcances de cobertura e intereses de cualquier medio masivo de comunicación.

Con su lenguaje sencillo característico, Francisco ha logrado resumir diversos discursos críticos que fueron siempre vistos como «no oficiales» por las principales casas de estudio e instituciones de mayor relevancia. Esto se puede ver claramente ya que Laudato Si’ ha sido elaborada a partir de consultas con expertos de todo el mundo en diversas disciplinas.

El valor de esta encíclica, entonces, no es la difusión de nuevas ideas sino más bien la síntesis de diversas corrientes de pensamiento, científicas, éticas y religiosas, que se vienen desarrollando desde hace varias décadas  para alertarnos y dar mejores respuestas a los grandes problemas del mundo. Lo más novedoso, desde mi punto de vista, es su sostenido énfasis en hacer ver que la crisis ambiental tiene una fuerte raíz humana.

Con Laudato Si’ y la gran repercusión que ha tenido, ya no podemos alegar desconocimiento acerca del preocupante estado actual del mundo. De todas maneras, no provee respuestas únicas ni soluciones concretas, ya que no se constituye como un documento dogmático (que dice cómo hacer las cosas) en sí mismo y reconoce que las verdaderas soluciones nacen de cada caso particular, de la intervención activa de los habitantes. Por lo tanto, sus objetivos principales son interpelar la realidad y sus discursos, invitar al diálogo y llamar a la acción, o simplemente, a «hacer lío«.

En un mundo donde es cada vez más difícil encontrar momentos de tranquilidad y reflexión, creo que las religiones tienen algo para decirnos. En lo personal, no adscribo a ninguna, pero sí creo que podemos aprender de la sabiduría y enseñanzas de cada una de ellas.

El punto de partida de la encíclica podemos resumirlo como: No hay dos crisis sepa­radas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental.” No leerán aquí ver un resumen de cada punto destacable de la misma, sinceramente les recomiendo leerla toda. Sin embargo, hay algunas ideas que son retomadas constantemente, como:

  • la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta,
  • la convicción de que en el mundo todo está conectado (enfoque sistémico),
  • la crítica al paradigma tecnocrático y a las formas de poder que derivan de la tecnología,
  • la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso,
  • el valor propio de cada criatura,
  • el sentido humano de la ecología,
  • la necesidad de debates sinceros y honestos,
  • la grave responsabilidad de la política internacional y local,
  • la cultura del descarte,
  • la propuesta de un nuevo estilo de vida.

Con estas ideas entretejiéndose continuamente, veremos a continuación algunos temas que, en mi opinión, aportan enormemente al debate ambiental. Cuando no se indique, las comillas se refieren a fragmentos de la encíclica.

El clamor de la tierra y el clamor de los pobres

Un verdadero planteo ecológico se convier­te siempre en un planteo social, y un planteo social exige considerar especialmente a los pobres. El cambio climático y la degradación ambiental afectan más a quienes menos tienen. Por lo general viven en los lugares de mayor vulnerabilidad, en terrenos inundables, cerca de los basurales, a la vera de los ríos (y riachuelos) contaminados, en zonas naturales que no logran detener el avance de la deforestación. Su subsistencia depende de actividades como la pesca, la agricultura o los bosques. Ante la pérdida de estas fuentes, se encuentran sin medios como para comprar agua embotellada, trasladarse hacia zonas más favorables o mejorar la productividad de las tierras. La cultura del descarte, que es uno de los focos de Su crítica, no sólo produce residuos y contaminación, sino también excluidos.

Por lo tanto, la erradicación de la pobreza se convierte en uno de los pilares del Desarrollo Sostenible. Nadie puede gozar de un ambiente sano si no puede ver realizadas sus propias aspiraciones en la vida. Por ejemplo, negar el acceso al aguar potable y segura es negar un derecho humano “básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”. Me pregunto: ¿qué sentido tiene implementar la última tecnología de Smart Grid en alguna ciudad de Argentina cuando todavía tenemos conciudadanos que no tienen acceso a este derecho fundamental?.

En esta dirección, el primero de los 17 objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados recientemente en la Asamblea General de la ONU postula “poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo para el 2030”.

La crítica económica

“Por otra parte, el crecimiento económico tiende a producir automatismos y a homogenei­zar, en orden a simplificar procedimientos y a re­ducir costos. Por eso es necesaria una ecología económica, capaz de obligar a considerar la rea­lidad de manera más amplia. Porque «la protec­ción del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada»”. Por desentendimiento de las causas fundamentales del problema ambiental, corremos el riesgo de enfocarnos en problemas superficiales que no cambiarán sustancialmente las cosas.

El eje aquí es que la economía tiene que estar al servicio de las personas y no al revés.  Tampoco la política debería estar al servicio de la economía. Pareciera que las finanzas y el afán desmedido por el lucro se llevan el mundo por delante a expensas de las necesidades del largo plazo. Los Estados prefieren salvar a los bancos antes que a sus propios habitantes. La respuesta oficial es que debemos apostar a un “crecimiento sostenible”, o a un “crecimiento verde”. Este esquema propuesto, introduce algunos mecanismos como los bonos de carbono o el cálculo económico de costos y beneficios ambientales, por nombrar sólo dos.

Sin embargo, como sostiene Francisco, “el ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente”. Y aquí se dilucida una contradicción: ¿podemos proponer soluciones basadas en el cortoplacismo de los mercados para garantizar el derechos de las próximas generaciones de gozar de un medio ambiente sano?. Un ejemplo interesante que señala es que hoy día se piensa la biodiversidad como un recurso económico que podría ser explotado, sin considerar el valor propio de las criaturas ni su significado para las personas y las culturas.

Ante este panorama, se retoma nuevamente la discusión de “crecimiento v.s. desarrollo”. El crecimiento no puede ser infinito, pero el desarrollo sí. Los recursos físicos que disponemos en nuestra casa común son finitos, por lo tanto, debemos reorientar nuestras energías hacia una nueva dirección que permita incrementar nuestra calidad de vida dentro de estos límites. Podríamos, por ejemplo, invertir en tecnologías para resolver los problemas pendientes de la humanidad y no en tecnología excesiva para el consumo o para el rédito inmediato. Podríamos utilizar nuestra creatividad en “encontrar formas de desarrollo sostenible en el marco de una noción más amplia de calidad de vida”. Podríamos entender que nuestra libertad no se reduce a libertad de consumo y que las cosas que nos hacen verdaderamente felices no se compran.

Francisco señala que, en algunos casos, el desarrollo sostenible implicará nuevas formas de crecer, en otros, se deberá pensar en “detener la marcha”. Esto se acerca mucho a las propuestas de la corriente del decrecimiento económico, tal como aclara en el siguiente fragmento: “ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes”.

Para salir adelante tendremos que cambiar la lógica del sistema (funcionamiento interno) y redefinir el significado de progreso (hacia dónde vamos). En sus propias palabras: “un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso”. El problema de fondo es estructural. Nuevamente, tenemos que mirar tanto los fines que se persiguen como “el sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico”.

La crítica al paradigma tecnocrático

Es indudable que el progreso técnico ha hecho mejor nuestras vidas. Proezas de todo tipo han sido alcanzas por la insaciable curiosidad e inventiva del Hombre. Juan Pablo II comenta que “la ciencia y la tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana donada por Dios”. Sin embargo, cada vez es más evidente la naturaleza exponencial de la tecnología, hecho que explica la velocidad de los cambios y por ende en nuestras vidas. Pero no hay motivos para creer que la ciencia es neutra u objetiva como muchas veces se piensa. Es la médula de nuestra sociedad, motor del progreso, y como tal, sujeta a las relaciones de poder e intereses económicos.

Según se lee en Laudato Si’, Francisco eleva su preocupación en varias cuestiones. Empecemos por el dominio. Quien es dueño de una determinada tecnología es capaz de ejercer el poder sobre el resto la humanidad. Si el poder económico se encuentra sumamente concentrado y quienes tienen el poder económico son los que tienen mayores posibilidades de ejercer su influencia sobre el resto, entonces: “¿en manos de quién está y puede llegar a estar tanto poder?”.

En este sentido, la tecnología es como la Espada de Damocles, corremos el riesgo de arruinarlo todo si tecnologías existentes y aún por desarrollar llegan a caer en manos irresponsables. Pensemos en la energía nuclear, la nanotecnología, la biotecnología, la inteligencia artificial y la neurociencia. ¿Confiamos en que tenemos un nivel moral a la altura de las circunstancias?. Como dijo el novelista de ciencia ficción Arthur C. Clarke, ”uno no puede tener una ciencia superior y una moral inferior. La combinación es inestable y autodestructiva”.

Además, “la humanidad ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y unidimensional”. El contexto en el que nos encontramos es el del mundo hiperconsumista y globalizador, donde incluso “la permanente novedad de los productos se une a un pesado aburrimiento”. Esto suaviza las diferencias entre los pueblos que, avasallados por la publicidad incesante, se esfuerza en satisfacer necesidades que son en gran parte creadas.

Entonces, desplegamos la megamáquina industrial en satisfacer esas demandas. Una referencia peligrosamente circular. Llevamos la racionalidad del método científico al proceso de producción en masa, a la administración de las personas, a la gestión de las organizaciones y a nuestra relación con nuestro entorno natural. De esta manera, el medio natural se convierte en una fuente inagotable de recursos que debemos estrujar al máximo y más allá del límite.

En la misma línea, Francisco resalta que “en el origen de muchas dificultades del mundo actual, está ante todo la tendencia, no siempre consciente, a constituir la metodología y los objetivos de la tecnociencia en un paradigma de comprensión que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad”. Con tanto avance tecnológico, ¿por qué aún trabajamos extensas horas a expensas del tiempo con uno mismo, con nuestras familias y seres queridos y disfrutando de las cosas que más nos gustan hacer?

Atribuyo esta respuesta, según lo expuesto en la encíclica, a que la lógica del paradigma tecnocrático es la misma que la del crecimiento infinito. También afirma que “se volvió contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador”. ¿Será el movimiento minimalista un revival de la antigua orden franciscana?.

Está claro entonces que, con el afán de la búsqueda incesante de réditos, la economía y la política se ajustan y se vuelven dependientes del avance tecnológico. Como señala el economista Hernan Daly, “la promesa del crecimiento es la prosperidad para todos sin el sacrificio para nadie.

Por último, el requerimiento de volvernos cada vez más especialistas en áreas específicas del conocimiento comporta el riesgo de perder la visión del conjunto. Como el mundo es un gran sistema interrelacionado, no podemos proponer soluciones de los grandes asuntos sin mirar los avances en las demás áreas del saber, y Francisco incluye a la filosofía y la ética social. La especialización de la tecnología es necesaria, pero para abordar problemas complejos como el ambiente y la pobreza debemos tener una mirada amplia y desde varios tipos de intereses.

No debemos apelar a la técnica como único recurso para interpretar la existencia, ya que “buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial”.

Conclusiones y propuestas

Luego de leer Laudato Si’ pareciera bastante evidente que, sin dar soluciones concretas, nos da pistas claras para entender la crisis ambiental a partir de un análisis de la sociedad industrial moderna. Esto debería ser una lección para todos aquellos que livianamente hablan de mejorar el mundo. A mí me da a entender que la crisis ambiental requiere un nivel de cambio que es más profundo que la mera revolución de las energías renovables o el reciclado de botellas.

Francisco es contundente: “no habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano”. Y este nuevo ser humano, raíz de la crisis socio-ambiental, tiene que reinventarse a sí mismo. Desde ya que estamos hablando del reto del siglo XXI por antonomasia. ¿Habrá colapso antes de que esto suceda?.

No en vano Francisco hace un llamamiento a una revolución cultural. Tenemos que evolucionar hacia una cultura del consumismo hacia una del consumo responsable. Tenemos que ser capaces de consumir lo que necesitamos y de discernir las necesidades creadas por el mercado de las que nos hacen verdaderamente felices, algo difícil de lograr en un mundo que se encarga de quitarnos en cada momento el tiempo para pensar. La lógica del “usar y tirar” tiene que ser sustituida por algo mejor, que imite y respete la naturaleza.

Benedicto XVI lo dijo claramente y de muy bella manera: “Si los desiertos exteriores se multiplican en el mundo es porque se han extendido los desiertos interiores”. Pero eso implicaría cambiar los objetivos del sistema económico y, nuevamente, requeriría cambiarnos a nosotros. Para esto, debemos “liberarnos del paradigma tecnocrático” guiado por la eficiencia, la productividad y el rédito inmediato.

Tenemos que poner el sistema a trabajar para nosotros y no olvidar que las soluciones emergen de adentro hacia afuera, de cada grupo humano, y no al revés. También hay que abrir las puertas a modos de desarrollo alternativos, por lo que podemos seguir de cerca el caso de Buthan, primer país en incorporar indicadores de felicidad como política económica. Francisco destaca también que en la búsqueda de soluciones, la tecnología bien utilizada y la cooperación internacional serán cruciales en ayudarnos a implementar el Desarrollo Sostenible.

Para finalizar, les quisiera compartir la siguiente reflexión de la encíclica:

“Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural. La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras. Nadie pretender volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano”.

Alabado sea.

PH: AP Photo/Riccardo De Luca.