“Espera lo mejor y prepárate para lo peor”.

Anónimo – Frase idiomática inglesa

Es difícil encarar cualquier discusión sobre el futuro de nuestro planeta sin verse rodeado en algún momento de aires pesimistas. Estoy seguro de que ya te pasó alguna vez. A mi también, y me sigue pasando, no voy a mentirte. Pareciera ser que por donde se mire no hay escapatoria y que el futuro, cada vez que lo miras, se cristaliza en una catástrofe impulsada por alguna de las tantas crisis de nuestros días. Una de ellas, la crisis ambiental. ¿De dónde sacar una gota de optimismo?

En este post voy a tratar de combatir esta frustración a la que nos enfrentamos regularmente. Para eso, voy a compartir contigo algunas cuestiones básicas que me parecen importantes para tener presentes y, al final, una propuesta para mantener una actitud de trabajo firme. Cuando lo termines de leer vas a poder entender qué relación hay entre las catedrales y el medio ambiente ;-).

El pesimismo no nos sirve

Primero, vamos a empezar con una actitud práctica hacia el futuro. Lyndon B. Johnson, presidente de los Estados Unidos entre los años 1963 y 1969, dijo lo siguiente:

 “Lo que convence es la convicción. Cree en la discusión que estás avanzando. Si no lo haces, estás muerto. La otra persona percibirá que algo falta allí, y ninguna cadena de razonamiento, sin importar qué tan lógica, elegante o brillante sea, ganará el caso por usted.”

Si nuestro propósito es convencer a otros de que tomen alguna acción para cuidar el ambiente, de poco servirá pintar un futuro negro. Haciendo eso es muy fácil dar la sensación de que el fracaso y el colapso son un hechos inevitable del destino, por lo que no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo.

Si nosotros mismos no estamos convencidos de que nuestro futuro común puede ser al menos un poquito mejor entonces habremos perdimos una gran batalla. Por eso necesitamos tanto de comunicar una visión deseable del futuro. Y en el mejor de los casos, que es esa visión sea construida participativa y colectivamente.

¿Se puede predecir el futuro?

La crisis ambiental del presente tiene su desenlace en el futuro, por lo que es entendible que queramos saber qué pasará con nuestro destino. Pero nuestra fascinación con el «qué pasará» no es reciente, el hombre siempre ha deseado conocer el futuro. Es más, somos la única especie capaz de pensar en el futuro. Este deseo se fundamenta en que, si conocemos el futuro de antemano, tendremos la información para tomar las mejores decisiones hoy y obtener así todos los beneficios de ello.

Los registros conocidos sobre este deseo innato son de larga data. Hacia el 1.200 a.C. los antiguos chinos consultaban el I Ching, llamado el Libro de los Cambios, uno de los libros más antiguos que se conocen. El mismo se utilizaba para predecir el futuro basándose en la idea de que el cambio es inmutable y que evoluciona según leyes metafísicas comprobables. Si conozco esas leyes, puedo conocer el futuro. En el 800 a.C., los griegos se dirigían al Oráculo de Delfos para consultarle a la pitonisa sobre los importantes asuntos que les quitaban el sueño. Hoy día, el deseo se mantiene intacto pero es el método lo que ha cambiado, ya no le preguntamos a los dioses sino a las computadoras. Lo hacemos introduciendo la cantidad de datos requeridos por el sistema, luego computamos un modelo matemático que hemos elaborado sobre la realidad y eso nos da una predicción sobre el futuro que debemos interpretar.

Pero ¿es posible realmente predecir o pronosticar el futuro?, ¿cómo puedo conocer algo que no existe? De manera estricta, el conocimiento sólo es referido al pasado. Pero como el futuro se hace a cada instante con material existente podemos, por ende, conocerlo. Al respecto, E. F. Schumacher explica:

“El futuro, por lo tanto, es principalmente predecible, si tenemos un sólido y extenso conocimiento del pasado. Principalmente, pero de ninguna manera totalmente, porque dentro de la construcción del futuro entra ese factor misterioso e incontrolable llamado libertad humana.”

Precisamente, este elemento de libertad, elección, creatividad y responsabilidad humana hace que el futuro sea en esencia no-determinista. No podemos encajar este hecho en ninguna ecuación de trayectoria como si de un ejercicio de física newtoniana se tratara.

Sin embargo, también es cierto que el hombre no hace uso de su libertad el 100% de su tiempo. La sociedad, a veces, funciona como una máquina. Me levanto, desayuno, voy al trabajo en transporte público, vuelvo y me voy a dormir. Casi siempre igual. Para una gran cantidad de actividades no usamos nuestra libertad y actuamos de manera puramente mecánica. E. F. Schumacher dice lo siguiente sobre esto:

“La experiencia muestra que cuando estamos tratando con un gran número de personas, muchos aspectos de su conducta son realmente predecibles, porque en un número grande, en cualquier momento, sólo una pequeña minoría está usando su poder de libertad, y a menudo ellos no afectan significativamente al resultado total.”

No obstante, existen personas que sí hacen uso de su libertad, que son capaces de innovar, emprender, liderar, y que, por ende, introducen cambios realmente importantes, fuera de toda predicción. La historia se puede contar a través de estas personas.

En base a lo previamente presentado, E. F. Schumacher diferencia cuatro importantes tipos de predicciones:

  1. Predicción total (en principio): existe sólo en ausencia de libertad humana. Las limitaciones de la predicción son, entonces, puramente limitaciones de conocimiento y de técnica.
  2. Predicción relativa: existe con relación a los modelos de conducta de números muy grandes de personas haciendo cosas “normales”, de rutina.
  3. Predicción relativamente total: existe con relación a las acciones humanas controladas por un plan que elimina la libertad. Por ejemplo, los horarios de los vuelos de los aviones.
  4. Imprevisibilidad: las decisiones individuales de las personas son, en principio, imprevisibles.

Entonces, ¿es posible realmente predecir o pronosticar el futuro?. Podemos predecir/pronosticar con un buen margen de seguridad algunas pocas cosas, las referidas a los puntos 1, 2 y 3. Por ejemplo, la población futura, el horario de llegada de nuestro avión, si hoy o mañana llueve o no, dónde se encontrará un asteroide en 10 años, etc. Pero no podemos predecir con seguridad aquellos asuntos donde se manifiesta una cuota de libertad humana. Y en asuntos más importantes, los que como a los griegos no nos dejan dormir, esa libertad humana está siempre presente.

La paradoja del conocimiento

Debemos tener presente, además, que la humanidad no es sorda y es capaz de responder a las mismas predicciones que hace sobre si misma; es un sistema complejo.

En la actualidad recurrimos al poder matemático y a los datos para hacer predicciones, las cuales son innegablemente cada vez más potentes. Pero si estas predicciones son cada vez más “acertadas” y rápidas nos da la posibilidad de cambiar nuestro comportamiento inmediatamente y, entonces, volvemos al mismo estado de incertidumbre anterior. ¿Qué harían en Wall Street si se descubre y publica una fórmula exacta para conocer el precio de las acciones en cada instante? ¿O para conocer el exacto en que ocurrirá una crisis económica? El comportamiento derivado de este conocimiento podrá evitar que suceda lo que se predijo en primer lugar. Conclusión, mientras más sabemos, más difícil es predecirnos. 

Esta es la paradoja del conocimiento:

  • El conocimiento que no permite cambiar nuestros comportamientos es inútil
  • El conocimiento que cambia nuestro comportamiento rápidamente pierde su relevancia.

En palabras del historiador israelí Yuval Noah Harari (autor de los brillantes libros Sapiens y Homo Deus):

«Cuantos más datos tengamos y mejor comprendamos la historia, ésta más rápidamente alterará su curso, y más rápidamente nuestro conocimiento se volverá obsoleto.»

El conocimiento acelerado

En la Europa del siglo XI hubiera sido muy fácil predecir los próximos 100 años. Los reyes y sacerdotes seguirían gobernando basándose en una economía agrícola, con las enfermedades y hambrunas siempre a la vuelta de la esquina. La vida en general, al principio y fin de ésta. sería prácticamente idéntica. Pero como les conté en un post anterior sobre la naturaleza exponencial de la tecnología, los avances en este siglo harán que los últimos años de nuestras vidas sean muy distintos a los de nuestra infancia.

Este cambio acelerado hace que la generación de conocimiento en este siglo produzca cambios económicos, sociales y políticos con cada vez con menos tiempo de anticipación. Como se suele decir, en 1950 nadie predijo internet y en 1990 nadie predijo Google. Por otro lado, con el afán de comprender lo que está sucediendo a nuestro alrededor, aceleramos la acumulación de conocimiento, lo que sólo nos conduce a perturbaciones cada vez más rápidas y mayores.

El progreso tecnológico pareciera no tener botón de stop, haciendo que sea muy difícil darse una idea de cómo va a impactar la combinación de algunas tecnologías exponenciales que están hoy día en sus estadios iniciales, tales como la robótica, la inteligencia artificial, la nanotecnología y la genética. ¿Cuál es el verdadero potencial de las criptomonedas? ¿Seremos inmortales? ¿Podremos extraer recursos minerales de la Luna? ¿Colonizaremos Marte?. Nadie lo sabe. Tampoco es posible saberlo. Y todas estas preguntas tienen directa relación con la sostenibilidad. En Homo Deus, el segundo libro de Yuval Noah Harari, es muy contundente cuando afirma que no se anima si quiera a predecir para 2050 qué sistema económico tendremos, cómo estará estructurado el mercado de trabajo o qué tipo de cuerpo poseeremos…

Recapitulando…

¿Qué podemos sacar de todo esto hasta ahora?

  1. El pesimismo no sirve. Puede derivar en inacción, y eso nos llevará a ningún lado.
  2. No podemos hacer predicciones cuando incorporamos el elemento de la libertad humana a ellas. Todo lo que tenga que ver con la sostenibilidad tiene una «componente humana» ineludible. Está bien, las grandes variables del sistema climático son predecibles, pero no así, por ejemplo, el comportamiento de las poblaciones y de los gobernantes ante sus impactos.
  3. Mientras mejores son nuestras predicciones, más difícil es predecirnos, ya que somos capaces de responder y cambiar el curso de la predicción.
  4. La naturaleza exponencial de la tecnología y sus impactos en la sociedad son cada vez más profundos pero también inciertos, ya que no sabemos cómo afectará nuestras economías, sistemas de gobierno y sociedades.

Construyamos una catedral

¿Qué actitud tomar ante tanta incertidumbre? La mala noticia es que, a pesar de saber sobre la gravedad de la crisis ambiental, no podemos predecir su desenlace. La buena noticia, es que el futuro no está escrito, y lo que hagamos bien hoy podrá sentar las bases para un futuro sostenible y mejor. Sin importar lo que muchos digan, nadie tiene la posta (como decimos en Argentina) del futuro. Con un cauto caminar, hay que hacer lo mejor cada día. Esto es lo que yo llamo un moderado optimismo.

Por este motivo, la frase del principio de este post es tan acertada. Por un lado, tengo que trabajar el triple de duro para estar preparado para el peor de todos los escenarios posibles, asumiendo también que este desafío llevará mucho tiempo de trabajo. Por otro lado, no hay razones certeras que nos indiquen que estamos condenados al fracaso, por lo que debemos mantener una posición optimista y esperar lo mejor.

Aquí es donde la analogía de las catedrales entra en acción. Por empezar, muchas de ellas han llevado cientos de años de construcción. La persona que la diseñó inicialmente sabía que jamás vería su obra finalizada. Para su construcción requirió de cientos de personas trabajando en todos los detalles, mover piedras, diseñar obras de artes, coordinar trabajos, persuadir a otros de que la catedral es necesaria y conseguir fondos. Además, se debía contar con otras personas capaces de retomar el trabajo sin terminar para continuar con el diseño original o modificarlo si hiciera falta.

Veamos algunos ejemplos de cuánto tiempo tardaron en construirse las siguientes catedrales famosas:

  • Catedral de Colonia (Alemania) – 632 años
  • Catedral de Ulm (Alemania) – 513 años
  • Catedral de Estrasburgo (Francia) – 263 años
  • Catedral de York (Inglaterra) – 242 años
  • Catedral de Notre Dame (Francia) – 182 años

No debemos olvidar de contar además los años que llevaron las sucesivas reformas, ampliaciones y reparaciones que sufrieron a lo largo de su historia. Por ese motivo, las catedrales son un testimonio vivo de la historia, donde lo que vemos hoy muestra ese largo camino transitado. Finalmente, constituyen piezas arquitectónicas de insuperable belleza, donde lo mejor del genio humano ha sido volcado a ellas logrando una simbiosis perfecta de ingeniería y arte.

¿Cuál es la enseñanza? Nuestro trabajo en pos del cuidado y mejora del ambiente tiene que ser encarado como si estuviéramos construyendo una catedral. Sabemos que va llevar tiempo, que cada uno va a estar poniendo tan sólo una piedra, pero teniendo siempre presente que lo hacemos para construir algo hermoso que quizás nunca veremos, tal como le pasó a todos los que construyeron estas catedrales. Tenemos que asumir también que parte de lo que construyamos se va a caer, se va romper o lo van a querer destruir a propósito. No podemos dejar que eso interfiera en el objetivo final. Otras cosas simplemente las tiraremos abajo para hacerlas más bellas y resistentes. En eso consiste mi analogía de la catedral.

Conclusión

El éxito no está asegurado, pero el fracaso tampoco. Con toda seguridad, lo peor que podemos hacer es dormirse en los laureles mirando por la ventana. Nuestro mundo es más complejo de lo que creemos, todas las variables sociales, económicas y ambientales están profundamente interrelacionadas, y el impacto una de ellas puede generar una respuesta en otras en formas difíciles de prever. Esto da lugar a que se generen grandes riesgos pero eventualmente también a grandes oportunidades, que sólo aprovecharemos si estamos allí en el momento justo.

Lo que convence es la convicción, y esa debe ser nuestra premisa básica si queremos «salvar el planeta». Si no estamos convencidos nosotros mismos de que el Desarrollo Sostenible es un fin alcanzable y por el cual vale la pena trabajar, mejor dediquemos nuestros tiempo a otra cosa.

Pero moderemos nuestra ansiedad, ya que es poco probable que todo un sistema socio-económico y su inercia puedan redireccionarse fácilmente en un lapso breve. Por eso, en vez de pensar en hacer la revolución ambiental, propongo un enfoque distinto, que construyamos una catedral. No para glorificar santos ni dioses, sino para crear algo bueno, bello y más grandes que nosotros, que contribuya a nuestra prosperidad y a la de los demás seres con quienes compartimos este planeta.

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Luego de leer este post:

  • ¿Has sentido alguna vez que es una batalla perdida?
  • ¿Cuál es tu actitud frente a esto?
  • ¿Qué te parece la analogía de la catedral?

Algunas referencias:

  • Yuval Noah Harari – Home Deus
  • Ernst F. Schumacher – Lo pequeño es hermoso