«Los sueños y las pesadillas están hecho de los mismos materiales, pero esta pesadilla dice ser nuestro único sueño permitido: un modelo de desarrollo que desprecia la vida y adora las cosas». 

Eduardo Galeano (1940-2015) – Periodista y escritor uruguayo

Fragmento de Eduardo Galeano, «Ser como ellos y otros artículos», Siglo Veintiuno Editores, México, 1992.

¿Podemos ser como ellos?

Promesa de los políticos, razón de los tecnócratas, fantasía de los desamparados: el Tercer Mundo se convertirá en Primer Mundo, y será rico y culto y feliz, si se porta bien y si hace lo que le mandan sin chistar ni poner peros. Un destino de prosperidad recompensará la buena conducta de los muertos de hambre, en el capítulo final de la telenovela de la Historia. Podemos ser como ellos, anuncia el gigantesco letrero luminoso encendido en el camino del desarrollo de los subdesarrollados y la modernización de los atrasados.

Pero lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible, como bien decía Pedro el Gallo, torero: si los países pobres ascendieran al nivel de producción y derroche de los países ricos, el planeta moriría. Ya está nuestro desdichado planeta en estado de coma, gravemente intoxicado por la civilización industrial y exprimido hasta la penúltima gota por la sociedad de consumo.

[…]

El precario equilibrio del mundo, que rueda al borde del abismo, depende de la perpetuación de la injusticia. Es necesaria la miseria de muchos para que sea posible el derroche de pocos. Para que pocos sigan consumiendo de más, muchos deben seguir consumiendo de menos. Y para evitar que nadie se pase de la raya, el sistema multiplica las armas de guerra. Incapaz de combatir contra la pobreza, combate contra los pobres, mientras la cultura dominante, cultura militarizada, bendice la violencia del poder.

El american way of life, fundado en el privilegio del despilfarro, sólo puede ser practicado por las minorías dominantes en los países dominados. Su implantación masiva implicaría el suicidio colectivo de la humanidad.

¿Queremos ser como ellos?

En un hormiguero bien organizado, las hormigas reinas son pocas y las hormigas obreras, muchísimas. Las reinas nacen con alas y pueden hacer el amor. Las obreras, que no vuelan ni aman, trabajan para las reinas. Las hormigas policías vigilan a las obreras y también vigilan a las reinas.

La vida es algo que ocurre mientras uno está ocupado haciendo otras cosas, decía John Lennon. En nuestra época, signada por la confusión de los medios y los fines, no se trabaja para vivir: se vive para trabajar. Unos trabajan cada vez más porque necesitan más que lo que consumen; y otros trabajan cada vez más para seguir consumiendo más que lo que necesitan.

Parece normal que la jornada de trabajo de ocho horas pertenezca, en América Latina, a los dominios del arte abstracto. El doble empleo, que las estadísticas oficiales rara vez confiesan, es la realidad de muchísima gente que no tiene otra manera de esquivar el hambre. Pero, ¿parece normal que el hombre trabaje como hormiga en las cumbres del desarrollo? ¿La riqueza conduce a la libertad, o multiplica el miedo a la libertad?

Ser es tener, dice el sistema. Y la trampa consiste en que quien más tiene, más quiere, y en resumidas cuentas las personas terminan perteneciendo a las cosas y trabajando a sus órdenes. El modelo de vida de la sociedad de consumo, que hoy día se impone como modelo único en escala universal, convierte al tiempo en un recurso económico, cada vez más escaso y más caro: el tiempo se vende, se alquila, se invierte. Pero, ¿quién es el dueño del tiempo?

El automóvil, el televisor, el vídeo, la computadora personal, el teléfono celular y demás contraseñas de la felicidad, máquinas nacidas para ganar tiempo o para pasar el tiempo, se apoderan del tiempo. El automóvil, pongamos por caso, no sólo dispone del espacio urbano: también dispone del tiempo humano. En teoría, el automóvil sirve para economizar tiempo, pero en la práctica lo devora. Buena parte del tiempo de trabajo se destina al pago del transporte al trabajo, que por lo demás resulta cada vez más tragón de tiempo a causa de los embotellamientos del tránsito en las babilonias modernas.

No se necesita ser sabio en economía. Basta el sentido común para suponer que el progreso tecnológico, al multiplicar la productividad, disminuye el tiempo de trabajo. El sentido común no ha previsto, sin embargo, el pánico al tiempo libre, ni las trampas del consumo, ni el poder manipulador de la publicidad. En las ciudades del Japón se trabaja 47 horas semanales desde hace veinte años. Mientras tanto, en Europa, el tiempo de trabajo se ha reducido, pero muy lentamente, a un ritmo que nada tiene que ver con el acelerado desarrollo de la productividad. En las fábricas automatizadas hay diez obreros donde antes había mil; pero el progreso tecnológico genera desocupación en vez de ampliar los espacios de libertad. La libertad de perder el tiempo: la sociedad de consumo no autoriza semejante desperdicio. Hasta las vacaciones, organizadas por las grandes empresas que industrializan el turismo de masas, se han convertido en una ocupación agotadora. Matar el tiempo: los balnearios modernos reproducen el vértigo de la vida cotidiana en los hormigueros urbanos.

Según dicen los antropólogos, nuestros ancestros del Paleolítico no trabajaban más de veinte horas por semana. Según dicen los diarios, nuestros contemporáneos de Suiza votaron, a fines de 1988, un plebiscito que proponía reducir la jornada de trabajo a cuarenta horas semanales: reducir la jornada, sin reducir los salarios. Y los suizos votaron en contra.

Las hormigas se comunican tocándose las antenas. Las antenas de la televisión comunican con los centros de poder del mundo contemporáneo. La pantalla chica nos ofrece el afán de propiedad, el frenesí del consumo, la excitación de la competencia y la ansiedad del éxito, como Colón ofrecía chucherías a los indios. Exitosas mercancías. La publicidad no nos cuenta, en cambio, que los Estados Unidos consumen actualmente, según la Organización Mundial de la Salud, casi la mitad del total de drogas tranquilizantes que se venden en el planeta. En los últimos veinte años, la jornada de trabajo aumentó en los Estados Unidos. En ese período, se duplicó la cantidad de enfermos de stress.


Comentario personal

¿Por qué estoy presentándoles este fragmento de Galeano? Hay veces que uno tiene una idea en la cabeza, la entiende bastante bien, pero quizás no del todo como para explicársela a otro. Hay veces que esa misma idea ya fue escrita. Y con mucha suerte, fue escrita mucho mejor de lo que uno podría haberlo hecho. ¡Gracias maestro!. Este post es un complemento al anterior artículo sobre la coyuntura actual y la búsqueda del verdadero desarrollo sostenible, pero esta vez calaremos un poco mas hondo, en las ideas, en los fines y en el qué queremos.

Aclaración: aquello escrito en cursiva en el texto de arriba es lo agregado por el autor tal cual aparece en el texto original, y aquellos resaltado en negrita es por mí.

Hay mucho para comentar sobre estos párrafos tomados textualmente. Lo primero que tengo para decir acerca de si «queremos ser como ellos» es: ¿quiénes son ellos?. Creo que la imagen que tenía Galeano en su cabeza cuando escribió esto es la de los países desarrollados, con Estados Unidos a la cabeza, cuyo modelo hiperconsumista exporta al resto del mundo. Esto es lo que llama el American Way of Life, todo un sistema de creencias cuyos dioses son las megacorporaciones de consumo masivo y donde la publicidad, lejos de ser un sano ejercicio, es una prédica religiosa finamente diseñada para sembrar ideas y valores propios del culto al consumo. Galeano nos invita a parar el carro, mirar nuestro alrededor y preguntarnos por lo que nosotros queremos. En el fondo, es responder la pregunta de ¿qué nos hace verdaderamente felices?.

La búsqueda de la felicidad es absolutamente relativa a cada persona, y no se puede hablar de una receta general, aunque existen caminos y consejos mejores que otros. Muy a menudo confundimos el medio con el fin. Debemos comer para vivir y no al revés. En el actual sistema consumista, nos dice Galeano, ser es tener. Y muchas personas, desgraciadamente, guían su vida en base a esa premisa, de manera consciente o inconsciente, con el objetivo de adquirir cosas constantemente, que encima se vuelven «viejas e inútiles» en cuestión de meses o fallan porque fueron deliberadamente diseñadas para tener una vida útil limitada (lo que se conoce como obsolescencia programada). Muchas de estas personas, a su vez, son actores centrales de los procesos decisorios del curso económico.

Una impresionante cantidad de estos productos se limitan a ser contraseñas de la felicidad, que nos otorgan algún tipo de satisfacción a corto plazo y nada más. Lord Keynes hablaba de necesidades absolutas y relativas. Las primeras son aquellas que se pueden satisfacer, las segundas no. El motivo por el cual tenemos necesidades relativas infinitas es porque son esencialmente insaciables, porque son creadas de manera artificial por la publicidad y porque nos hace entrar en competencia con el resto de las personas. En inglés este fenómeno se conoce como «keeping up with the Joneses«, haciendo referencia al hecho de compararse con el vecino para ver quien tiene más o para no ser menos. Este explica en gran parte la existencia de marcas cuyo valor agregado sea otorgar «prestigio» o «status social». De manera complementaria, el ser humano tiene también cierta predisposición y placer por la competencia, que hace que nos sea muy fácil entrar en ese juego. Por lo tanto, lejos del valor de uso lo que nos importa es el valor de status. Sin embargo, la manera de ser de las cosas no siempre ha sido así, ni tiene porque serlo, aunque así lo parezca desde nuestra limitada percepción.

¿Y qué tiene que ver esto con la sostenibilidad? Creo que gran parte de los problemas ambientales, se deben a cómo está estructurado el sistema y a qué resultados persigue y maximiza éste. Según Ludwig Von Bertalanffy, un sistema es un «conjunto de elementos en interacción«, entonces lo que nos interesa es cómo se estructura y organiza el subsistema de la economía y sociedad humana dentro de un sistema mayor que es el ecosistema natural. Este subsistema dinámico tiene sus reglas y su manera de funcionar, mucho más compleja que la mera suma de sus partes. Creo que estas reglas pueden ser cambiadas y aún así mantener muchos de los rasgos de la sociedad actual. No veo probable que «el capitalismo» vaya a perecer, pero sí que evolucione hacia una nueva forma organizativa, como ha ocurrido en el pasado, ya sea de manera proactiva (anticipándonos a los problemas) o reactiva (con los problemas encima).

La relación entre el sistema y la sostenibilidad queda sintetizada en la frase del ecologista brasileño Leonardo Boff:

La misma lógica que explota clases y somete naciones es la que depreda los ecosistemas y extenúa el planeta Tierra”.

Por ejemplo, así como hay intereses contrapuestos entre los asalariados y los dueños de los medios de producción que ocasionan, a veces pero no siempre, relaciones desiguales e injustas, también es contrapuesto el objetivo final perseguido por el sistema económico con la salud de nuestro hábitat, del cual obtenemos todo lo que necesitamos para vivir.

Todas las consecuencias se derivan de algunas maneras dominantes de ver el mundo, como creer que ser es tener (adoración al dinero), que la naturaleza es un obstáculo o que podemos resolver todos los problemas mediante un desmesurado esfuerzo en crecer, crecer y crecer. A fin de cuentas, desplegamos un gigantesco esfuerzo industrial global en producir cosas que no nos rinden felicidad verdadera y que, como si fuera poco, son la causa material de muchos de los problemas ambientales y sociales. Nos venden chucherías como Colón le vendía a los indios, sin saber que ellos ya tenían todo lo que necesitaban. Disponemos al servicio del consumismo el genio de la creatividad humana.

Entonces, como Galeano, cabe preguntarse: ¿queremos ser como ellos o podemos incursionar en nuestra propia senda del desarrollo?


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