«Saber cuando uno dispone de lo suficiente es ser rico.»

Lao-Tsé (vivió en el siglo IV a. C.), filósofo chino fundador del taoísmo.

El hombre, como todo ser vivo, necesita consumir para vivir. Sabemos que mucho tiempo atrás había que arreglárselas con aquello que se encontraba en las inmediaciones y, si no era suficiente, moverse hacia un sitio más favorable. En ese mundo, la producción y el consumo se daban de manera consecutiva, tanto en tiempo como en espacio. Para la épocas de vacas flacas, se reservaba como sea el alimento y otros bienes para hacer uso cuando se necesitara. Las cadenas productivas eran cortas y sencillas.

Hoy día las cadenas productivas son globales y complejas, por lo que resulta muy difícil comprender la relación causa-efecto de los bienes que consumimos, así como sus impactos ambientales, sociales y económicos en toda la cadena de valor. Desconozco dónde se hicieron mis zapatillas, de qué cultivo proceden las verduras que compré y quién extrajo los minerales que permiten hacer funcionar las baterías de mi notebook.

Más difícil aún es conocer el contexto en el que ocurrió cada una de esas cosas. Si mis zapatillas fueron hechas en Vietnam no tengo ni la menor idea si Nguyễn Kiên Bình recibió un salario justo por su trabajo, si su empresa empleadora contamina el delta del río Mekong o si es feliz yendo a trabajar. La misma lógica aplica para cada cosa que compramos. ¿Cómo hago entonces para consumir de manera responsable?

En este post te contaré sobre algunos aspectos importantes en relación al consumo responsable y, al final, qué podemos hacer nosotros para que consumamos más responsablemente.

En perspectiva: de cazadores a artistas online

Los cazadores y recolectores ocupaban casi todo su tiempo disponible en aquellas actividades básicas para la subsistencia, ya sea cazando, cuidándose de depredadores, desplazándose o preparando sus propias prendas.

Ya adentrados en la Edad Media, con otras estructuras sociales y nuevos artilugios técnicos, los aristócratas lograron vivir cómodamente en sus castillos sin tener que preocuparse por el próximo plato de comida. Pero el buen vivir de unos pocos era a cuestas de un campesinado que cultivaba día tras día sin parar en las tierras aledañas a la casa del feudo. Lo hacían, primero, para satisfacer las necesidades del mandamás y, segundo, para su propia subsistencia y protección.

Hoy día, un artista en su camino a la auto-realización personal puede crear tranquilo sabiendo que usará el dinero del próximo cuadro que venda por internet para tomarse un café hecho con granos importados de Indonesia, su preferido. ¡Qué lejos hemos llegado! Jamás se enteró del tremendo viaje que hizo ese grano para llegar allí.

Este recorrido del progreso se le atribuye en gran parte al incesante desarrollo tecnológico, el cual ha provocado que las tendencias de especialización y diversificación de las labores se fueran acentuando cada vez más, trayendo consigo un sustancial ahorro del tiempo para todas las tareas efectuadas por las personas. El nuevo tiempo ocioso que se liberó con cada mejora técnica fue modificando el orden social aún más, dando lugar a la posibilidad de dedicar recursos a otras cosas. Poco a poco, las cuestiones de producción primaria se fueron relegando a un sector específico de la población, mientras que el resto podía dedicarse a nuevas actividades cada vez más distanciadas del trabajo duro.

La lógica del sistema que se forjó desde la Revolución Industrial permitió la acumulación de capital en grandes cantidades, moldeando el mundo hasta convertirlo en lo que es hoy, un sistema complejo y altamente interconectado por el comercio y las comunicaciones. En el camino, nuestra condición de vida mejoró notablemente y por primera vez en la historia pudimos soñar con un modo de consumo que nos permita satisfacer nuestros deseos más recónditos, dejando muy atrás las época del consumo por mera subsistencia.

La gran distancia que hoy separa la producción del consumo es tomada como normal para todos nosotros, y rara vez nos detenemos a pensar lo mucho que dependemos del trabajo de otros humanos para cada cosa que hacemos y compramos. ¡Sencillamente no lo vemos!

Este brevísimo racconto nos permite destacar algunas cosas:

  • En la mayor parte de la historia el consumo era fruto de producciones locales, cercanas en tiempo y espacio. Las cadenas de valor eran cortas y simples.
  • El consumo era para satisfacer principalmente necesidades de subsistencia.
  • El progreso tecnológico y de acumulación del conocimiento y capital permitió que las sociedades avancen hacia la especialización, diversificación y masificación de la producción.
  • El consumo se ha deslocalizado de la producción como nunca antes. Las cadenas de valor son ahora globales y complejas.
  • En consecuencia, hoy día resulta muy difícil conocer qué sucede a lo largo de toda la cadena de valor, haciendo que las relaciones causa-efecto sean casi inentendibles e inaccesibles para el ciudadano común.
  • El consumo no solo nos permite satisfacer necesidades básicas sino también otras.

Más allá del valor de uso

Cada uno de nosotros, al comprar, recibimos algún tipo de gratificación interior, ya sea por el gusto de haberlo comprado, o por lo que nos generará su propio uso. Ese touch de dopamina es siempre bienvenido. Pero no es sólo por eso que lo hacemos, compramos por varias razones.

La primera, desde luego, es que necesitamos satisfacer necesidades concretas. Si necesito comprarme un smartphone para el trabajo, voy y lo compro. Pero, al mismo tiempo, resulta que no somos muy racionales a la hora de comprar y no le prestamos demasiada atención a la funcionalidad práctica del producto o servicio adquirido, es decir, a su valor de uso. Muy al contrario, somos fácilmente influenciables y podemos terminar comprando cosas que en verdad no estábamos buscando, no necesitábamos realmente y que no satisfacen ninguna necesidad concreta para nosotros. El valor de uso de un bien suele ser secundario en la mayoría de los casos.

Otra cosa que nos ocurre es que entramos muy fácilmente en el inacabable juego de competencias de status, fenómeno que se conoce como keeping up with the Joneses. Este latiguillo inglés expresa la idea de querer compararse constantemente con los demás para ver quien tiene la casa más grande, el auto más lujoso o la mejor selfie en Instagram. Es decir, consumimos para competir. Esta dinámica no es ninguna sorpresa si recordamos que los homo sapiens somos animales sociales que vivimos y evolucionamos para desenvolvernos en grupos.

Por esto, es muy importante distinguir entre necesidades absolutas y relativas. Las primeras son las que se pueden satisfacer, las segundas no. La principal característica de las necesidades relativas es que son esencialmente insaciables y, por lo tanto, infinitas. Esto se debe a que son motivadas de manera artificial por el mercado y por la dinámica de competencia con el resto de las personas. Siempre es posible tener algo mejor y más grande que mi vecino. Este explica en gran parte por qué existen marcas cuyo principal valor agregado sea otorgar «prestigio» o «status social».

Vale tener presente el siguiente dicho, atribuido a varios autores:

Compramos cosas que no necesitamos, con dinero que no tenemos, para impresionar a gente que no nos gusta.

El futuro es mejor. Camino a El Dorado

Cuenta la leyenda que hace 500 años, en la laguna Guatavita de Colombia, se realizaban ceremonias en las que se ofrendaban oro y esmeraldas arrojándolas al agua. Los conquistadores de la época, enloquecidos por la gloria que suponían los tesoros del nuevo mundo, organizaron expediciones para encontrar ese mítico lugar y quedarse con toda su riqueza, pero jamás lo encontraron.

Así es que el nombre de El Dorado comenzó a usarse metafóricamente para designar cualquier lugar donde la riqueza pudiera adquirirse rápidamente, así como para sugerir riqueza y fortuna en productos de alta gama.

El desarrollo económico ha logrado que para una gran porción del mundo el consumo de subsistencia sea cosa del pasado. Pero gracias a las promesas de mayor crecimiento económico y avance tecnológico, pareciera incluso que lo recorrido hasta ahora es poco en comparación con todo lo que podemos aún crear y disponer. Consumir lo que queramos, a la hora que sea y desde cualquier rincón del mundo es cada vez más fácil. Y lo mejor, ¡envío gratis! Si miramos para adelante finalmente pareciera que las puertas de El Dorado están a un empujón de abrirse ante nosotros.

Pero… ¿para qué necesitamos de El Dorado? ¿No podían los españoles conformarse con lo que ya habían encontrado y saqueado que tenían que ir tras riquezas aún más imponentes? ¿Acaso crees que la fiebre de oro y plata se hubiera detenido si realmente encontraban El Dorado? Pareciera ser que, en verdad, muchos estaban cegados por la idea de alcanzar rápidamente una vida suntuosa digna de ser envidiada por el mismísimo rey Fernando II de Aragón.

A mi me gusta distinguir dos tipos de consumo, el que nos permite satisfacer necesidades básicas, de identidad y de sano ocio y, por otro lado, el consumo desmedido, al cual llamamos consumismo. Uno es bueno y responsable mientras que el otro es deteriorante. No es de extrañar que el consumismo esté directamente relacionado con las (in)satisfacción de las necesidades relativas.

La idea de El Dorado, representada por esa búsqueda de la vida feliz y abundante a través de lo material sirve como analogía perfecta para graficar qué es el consumismo. Aún hoy, muchos confunden la felicidad con el deseo de tener esmeraldas y oro.

La premisa para el consumo responsable es entonces reconocer que podemos vivir con mucho menos sin bajar nuestra calidad de vida material y a la vez aumentando nuestro bienestar interior. En todo el proceso, además estaremos reduciendo el impacto ambiental y social que se origina en la cadena de valor de cada producto o servicio.

Pero en un mundo que hace todo lo posible para ir en en contra de camino, ser responsable en este sentido es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Recomiendo cada tanto someternos a examen y hacernos alguna de estas preguntas

  • ¿compramos según necesidades que son genuinas o son creadas?
  • ¿qué cosas de las que compramos nos otorgan bienestar genuinamente?
  • ¿estoy comprando solo por el prestigio que me da tal o cual cosa?
  • ¿las cosas que consumimos afectan el bienestar de otras personas o seres vivos?
  • ¿de dónde vienen las cosas que consumimos?
  • ¿queremos ser como ellos?

La historia de una latita

El problema radica justamente en que comprar cualquier cosa se ha vuelto tan accesible que no percibimos el enorme esfuerzo humano y de recursos que éste acto tan cotidiano esconde. El mercado provee además productos a cualquier franja de la sociedad: los pobres, la clase media, los ricos, los muy ricos y los ridículamente ricos. Nunca como antes hemos tenido tanta posibilidad de elegir y disponerlo todo ya, incluso con productos a precios irrisorios. ¡Qué afortunados!

Pensemos en la siguiente latita de Nuestro Futuro Común que se encuentra en el supermercado de la vuelta de tu casa…

Una inocente latita. Logo del blog

En concreto, esta inocente latita es naturaleza transformada, obtenida a partir de materiales virgen extraídos de la corteza terrestre y convertidos luego en un producto útil para la sociedad a través de un proceso sofisticado con componentes humanos y tecnológicos organizados para ese fin.

Su historia, que no es más que el proceso de creación de valor, es más o menos así:

  • una empresa minera extrajo en un proceso a cielo abierto la roca mineral llamada bauxita en algún lugar del mundo (probablemente en Australia),
  • la transportó hasta un enorme complejo industrial capaz de procesar y extraer de ella el aluminio a través del proceso Bayer (quizás en Argentina),
  • luego lo moldeó y bobinó en finas láminas para poder transportarlo a otra fábrica y reprocesarlo (por qué no Brasil) con el fin de convertirlo en un objeto útil para la sociedad: la latita.
  • Esa latita fue rellenada con un líquido de color negro y burbujas de CO2 en otro complejo industrial (quizás en Sudáfrica), utilizando todo tipo de insumos naturales y sintéticos.
  • Estos insumos fueron a su vez fueron elaborados en otras plantas en algún otro punto del mundo (tal vez en Indonesia).
  • Al final, alguien muy amablemente se encargó de transportarla en camión, junto a otras miles, para dejarla en tu supermercado de confianza.

Entonces, la latita no era tan inocente a fin de cuentas. ¿Se imaginan el número exacto de personas que han trabajado coordinadamente en todo el ciclo de producción para que nosotros podamos ir a comprarla? Este enorme despliegue de trabajo y conocimiento es un claro ejemplo de lo compleja e interconectada que es nuestra sociedad actual. Hacemos uso del genio de la creatividad humana para hacernos con este tipo de cosas en nuestro día a día.

Por si fuera poco, luego de beberte el contenido de la latita y regocijarte de esta sinigual empresa productiva humana, vas a proceder simplemente a tirarla, ya que, a la vista, sigue siendo una simple latita. Así como ocurre con ella, la gran mayoría de las cosas que compramos han recorrido un largo camino para llegar hasta nosotros y así, sin el menor escrúpulo, las tiramos como si no tuvieran ningún valor. Si luego no nos esforzamos en tratar apropiadamente los residuos nos ocurrirá lo mismo que en mi ciudad de origen con su histórico basural a cielo abierto.

Podría uno preguntarse por el origen de todas las cosas, pero les advierto que no es un ejercicio sencillo ni sano de hacer. Si aún quisiera hacerlo, resulta que no es nada fácil acceder a la historia de cada bien, ya que hay obstáculos diversos que nos impiden conocer la verdad. Por nombrar algunos:

  • multiplicidad de actores que intervienen,
  • ubicación de las empresas en distintos países,
  • información faltante o de difícil acceso,
  • secretos industriales clasificados
  • cadenas de valor dinámicas que varían con gran frecuencia por diversas circunstancias.

No olvidemos que también existen intereses que tienen incentivos para que no se descubra la verdad ya que, a veces, es demasiado inconveniente. Imaginate que se descubre que las cajitas de cartón de algún icónico lugar de comida rápida provengan de árboles de un bosque nativo de Laos talados por niños en condiciones imperdonables. ¡Qué desastre!

Debo reconocer también que, debido a la dificultad de abordar todo este asunto, las empresas que quieren ser responsables necesitan hacer un gran esfuerzo y proactividad para evitar que esto les suceda, encontrándose con los mismos obstáculos que mencioné anteriormente.

Es evidente, entonces, que revelar el verdadero origen de las cosas requiere un genuino trabajo de detective, espionaje, ingeniería y, me atrevo a decir, aventuras.

Otra manera de consumir

«Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas«.

Papa Francisco – Encíclica Laudato Si

¿Por qué necesitamos otro tipo de consumo? Debemos consumir mejor interesándonos por el origen de cada cosa, para ser más conscientes de los impactos ambientales y sociales generados y hacer así lo posible por reducirlos. Si pensamos en el ejemplo de la latita esa, podemos fácilmente comprender que el consumidor se encuentra absolutamente desentendido de lo que sucede detrás de la góndola, sin chances de conocer en ese momento los impactos generados por la historia completa del producto.

Primero, tenemos que comenzar reconociendo que todo lo que consumimos tiene indefectiblemente un impacto social y ambiental asociado, que puede tener múltiples facetas y ser tanto positivo como negativo. Segundo, saber que a medida que la población crece y más personas del mundo acceden a los productos de consumo globales para asimilar un estilo de vida occidental alla americana, el planeta Tierra no soportará la creciente presión que esto conlleve, agotando los recursos naturales y generando residuos y emisiones descomunalmente. El estado de las cosas así como están hoy no debe ni puede seguir. Por lo tanto, algo debe cambiar.

La buena noticia es que cada uno de nosotros contamos con una herramienta poderosísima de cambio: ELEGIR QUÉ COMPRAR, permitiéndonos convertir a cada compra en un voto por un sistema de producción u otro. En esa posibilidad de elegir radica el poder del consumidor para generar un cambio en el sistema.

A continuación, un par de ejemplos de los impactos sociales y ambientales que suelen esconder algunos de los productos que usamos habitualmente.

Impactos sociales

Se oye muy a menudo decir que la esclavitud no ha sido abolida sino que ha evolucionado hacia una formas mucho más sutiles. Según la organización Anti-Slavery: «Si bien a esta explotación a menudo no se le llama esclavitud, las condiciones son las mismas. A las personas se les vende como a objetos, se les obliga a trabajar por salarios irrisorios o sin salario, y viven a merced de sus empleadores«.

El coltán extraído en República Democrática del Congo puede servir como un primer ejemplo. Allí, su explotación es motivo de disputa entre guerrillas locales y multinacionales, a expensas del costo humano. Varios medios e investigaciones han reportado que ver niños trabajando en la minería de coltán en Congo es algo común. El coltán es el mineral del cual se extrae el tantalio, el cual se utiliza en los condensadores que se encuentran en casi todos los circuitos de los aparatos electrónicos modernos, incluidos los smartphones que todos tenemos. ¿Podrá ser que el smartphone que usaste para decirle feliz cumpleaños a tu madre contribuyó a financiar la guerrilla en el Congo?

Otro ejemplo más local es el de los talleres textiles clandestinos. Se han conocido muchos casos de inmigrantes indocumentados en Buenos Aires (Argentina) que cobran sueldos de pobreza en condiciones insalubres y privados de su libertad para trabajar en talleres textiles ilegales. Nombra una multinacional de consumo masivo, busca en internet, y sorpréndete si no encuentras alguna denuncia de esclavitud en algún país en vías de desarrollo o mismo en Argentina. En la página web de la ONG La Alameda podrás ver aquellas marcas denunciadas por ellos donde les adjudican producción de ropa en talleres clandestinos locales.

¿Comprarían la siguiente camiseta de 2 euros si supieras de dónde viene? –> ¡no te olvides de ponerle subtítulos en español al video!

Impactos ambientales

Como vimos, la mayoría del consumo no es local sino global. Made in China, Taiwan, India, Brasil, Bangladesh, Germany, USA, etc. El impacto ambiental de un producto es el que se genera en cada lugar donde haya un proceso productivo y por el transporte de bienes. La fábrica de ropa en Pakistán, de donde proviene el último jean que te compraste, bien podría estar contaminado un río con tinturas químicas. ¿Cómo saberlo?

El impacto ambiental local por contaminación puede ser debido a una emisión gaseosa, efluentes líquidos o residuos sólidos y dependerá de la autoridad local del país donde está la empresa velar por que se cumpla la legislación ambiental que le corresponda. Visto así, cada empresa manufacturera es responsable de lo que haga, pero si yo soy una gran multinacional y le compro a esa empresa, por ejemplo de Pakistán, parece como que estoy «avalando» sus malas prácticas contaminantes. Desde luego, está muy mal visto comprarle a empresas que contaminan, aunque no sea mi responsabilidad directa. Por esto, la fuerte presión de los consumidores sobre las empresas globales hace que cada vez más se haga énfasis en la gestión ambiental de la cadena de valor, green supply management como se conoce en la jerga fancy.

Debo mencionar también que la globalización de las cadenas de valor hace que muchas empresas tengan operaciones en países en vías de desarrollo y tomen ventaja de las vulnerabilidades institucionales que estos tienen. Dichas vulnerabilidades pueden dar lugar a que la legislación ambiental no se haga cumplir o sea muy blanda, resultando en que las empresas de allí pueden contaminan con menores restricciones. Esta práctica les permite tener costos más bajos respectos a competidores en otros lugares, ya que controlar la contaminación es más caro que no hacerlo. Si además la mano de obra también es más barata, tenemos un negocio perfecto. Vendemos en dólares en mercados pudientes y pagamos productos y costos en Kyats birmanos.

Además, el transporte global de mercancías juega también un papel clave, llegando a contabilizar el 15% de las emisiones totales de Gases de Efecto Invernadero que contribuyen al calentamiento global. Esto significa que además del impacto local de cada bien elaborado se le debe agregar el impacto ambiental proveniente de su transporte, siendo éste propulsado casi en su totalidad por combustibles fósiles.

Como comentario al margen, en el mundo de la sostenibilidad ambiental la herramienta de Análisis de Ciclo de Vida es la que permite estimar de manera numérica algunos de los impactos ambientales de productos a lo largo de toda su cadena de valor. Pero esto es posible siempre y cuando se disponga de datos confiables en cantidad suficiente.

Ser más responsables entonces significa comprar productos y servicios de empresas que puedan demostrar que sus productos se han hecho con los mejores estándares ambientales. Por ejemplo, como ocurre con las certificaciones que utilizan los hoteles que quieren ser verdes. Me aventuro a decir que también requerirá ver un renacer de lo local para disminuir las emisiones del transporte.

Hacia un consumo responsable

Habiendo expuesto algunos hechos puntuales que implican estas relaciones de producción ya no podemos desentendernos de la problemática. Entonces, ¿qué podemos hacer para mejorar esta situación?

Desde luego, no hay una única solución y el consumo responsable puede tomar varias formas, desde políticas de Estado, acciones personales, emprendedurismo, etc. Éstas deben apuntar a resignificar el propósito y modos de consumo para que obtengamos de él el resultado más beneficioso posible para todos los actores involucrados, incluidos nosotros mismos.

Llamaremos a este nuevo modo de consumo, un Consumo Responsable, y según lo define UNICEF:

El consumo responsable defiende los efectos positivos de un consumo cuidadoso con el medio ambiente y las personas, consciente, frente a un consumo excesivo, superfluo e innecesario, dañino para la vida del Planeta, y, por tanto, para todos sus habitantes.”

Estoy completamente convencido de que algo debe cambiar. Esta transición, creo, ya ha empezado, por lo que es posible que veamos cada vez más nuevos emprendimientos y empresas ya constituidas que tomen de manera proactiva un compromiso social y ambiental importante haciendo énfasis en el valor de lo local y apuntando a mejorar distintos aspectos del modelo actual. 

Un caso destacable es el de Mercado Libre con su sección de Productos Sustentables. Que la empresas líder de comercio online en Latinoamérica haya tomado ese camino es una gran señal. Además, como demuestran algunas encuestas, existe un nicho de mercado dispuesto a consumir responsablemente.

Consignas para los Consumidores Responsables

De todo lo descrito previamente, surge inmediatamente cuáles son las consignas que pueden guiarnos a nosotros consumidores hacia un Consumo Responsable.

  1. Preferencia por productos locales y en lo posible de origen conocido.
  2. Los productores deben recibir un precio justo por su trabajo.
  3. Preferencia por emprendimientos autogestivos cuyo dueño o dueños sean parte del mismo.
  4. El proceso de elaboración no debe violar ninguno de los Derechos Humanos. En particular, debe ser completamente libre de condiciones de trabajo indignas y libre de trabajo esclavo de cualquier naturaleza.
  5. El proceso de elaboración no debe haber producido impactos ambientales significativos.
  6. El proceso de elaboración debe ser libre de sustancias susceptibles de producir un impacto significativo en las personas y el ambiente.
  7. Preferencia por productos que contengan materiales reciclados y/o reutilizados.
  8. Preferencia por productos que estén diseñados para ser reciclados y/o reutilizados una vez finalizada su vida útil. El producto no deberá estar diseñado para volverse obsolescente rápidamente.
  9. Preferencia por emprendimientos que apoyen causas sociales y/o ambientales.
  10. Preferencia por emprendimientos cuyo foco sea resolver problemáticas sociales y/o ambientales a la vez que son autosustentables económicamente (Empresas Sociales).

Por lo tanto, y adoptando la definición de Hispacoop, el consumidor responsable:

“es una persona informada y consciente de sus hábitos de consumo. Además de conocer y exigir sus derechos como consumidor, busca la opción de consumo con el menor impacto negativo posible sobre el medio ambiente y con un efecto positivo en la sociedad. Esta manera responsable de consumir se traduce en muchos pequeños actos y decisiones diarias, y puede llegar a atravesar todos los ámbitos de la vida”.

Comentarios finales

  • Leyendo las consignas anteriores, está claro que las claves para poder consumir responsablemente son la información y la educación del consumidor. Aunque cada vez haya más conciencia de las problemáticas ambientales y sociales del consumo, hay que seguir trabajando en esa dirección para salir del nicho «ambientalista» y llevarlo a un sector más amplio de la población. Sólo así se podrán conseguir resultados significativos.
  • Demostrar que un producto carece de impactos ambientales negativos significativos y que no ha violado ningún Derecho Humano es difícil de demostrar. Por eso, es importante que existan certificaciones confiables e imparciales que puedan generar confianza suficiente.
  • Comunicar el complejo proceso de lo que sucede detrás de la góndola es un verdadero reto de comunicación, por lo que a veces resulta difícil justificar el precio más elevado de los productos responsables. El altruismo ayuda, pero no podemos esperar que sea adoptado masivamente.
  • El consumismo está desigualmente distribuido entre y dentro de los países, lo que es un fiel correlato de la desigualdad. Los países industrializados gozan de niveles de consumo altísimos respecto a los demás, por lo que no es de extrañar que de allí vienen la mayoría de las empresas de consumo masivo. Pero, por ejemplo, sólo el 2% de la ropa comprada en EEUU es producida en el país.
  • El plano de trabajo último es sobre el ser humano, sobre nosotros mismos, ya que el consumismo es el reflejo de una crisis mucho más profunda que es la crisis del hombre. Los vacíos existenciales y las carencias emocionales nunca podrán resolverse mediante el consumo material, aunque así lo anuncien infinitud de campañas de marketing.
  • El sistema económico actual sólo funciona con elevados índices de consumo, por lo que el simple llamamiento al “Consumo Responsable” parecería que atenta contra el status quo. No comprar ciertos productos es una opción, pero no creo que esto ocurra de manera tan masiva como generar una quiebra del capitalismo. No obstante, sí es más probable que la presión de los consumidores logre transformar cadenas de valor de grandes industrias.
  • Las tendencias actuales sugieren que en los próximos años millones de personas en el “mundo subdesarrollado” se incorporarán a la clase media, lo que significa que podrán elevar su calidad de vida mediante el consumo de productos antes inaccesibles. El interés de muchas empresas globales está justamente en alcanzar esos mercados. La globalización de las culturas dominantes occidentales, tal como ha venido ocurriendo, instalará en cada lugar sus valores, discursos y estilos de vida «correctos», fuertemente orientados al «tener» más que al «ser». Galeano nos invita a reflexionar, ¿queremos ser como ellos?
  • Está demostrado que la felicidad poco tiene que ver con el consumo material, una vez que hemos cubierto necesidades básicas. Podemos ser felices con mucho menos de lo que tenemos dejando de lado todo aquello que no le agrega valor a nuestras vida y enfocándonos en las cosas que verdaderamente importan. De ahí que las relaciones sociales de calidad aporten más a nuestra felicidad que el último iPhone.
  • Saber cuando uno dispone de lo suficiente es ser rico.

Para saber más…